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Ecuador en España: Migrantes de un nuevo milenio

Natàlia Esvertit Cobes y Miguel González ©
Barcelona, 2001.




“Se sufre mucho por acá…”

Llamémosla “Teresa”. Es ecuatoriana, de la sierra, tiene treinta y dos años, tres hijos y en su pasado, dos matrimonios. Jamás pensó que subiría a un avión pero hace semanas que cruzó el mar y llegó ante el control migratorio donde, con sospechas, el reticente funcionario dejó entrar a una turista más en España, sopesando su reluciente bolsa de aspecto barato y sus rasgos andinos. Atrás quedaron los guaguas, recogidos entre una hermana y una suegra, un marido con poco trabajo mal pagado y un país amado y dolorido. Delante, una incierta dirección apuntada trabajosamente en un papel, unos recados y un nuevo viejo mundo...

El viaje de Teresa no es excepcional. Ella forma parte de la corriente incesante de ecuatorianos que, en los últimos años, han llegado a España abandonando su país y una parte de sus vidas. En el primer trimestre de 2001 se contabilizaban ya casi 29.000 con permiso de residencia y unos 150.000 más en situación irregular, según datos de ONGs y colectivos de inmigrantes ecuatorianos; aunque las cifras oficiales estiman en sólo 25.000 los irregulares (Bárbulo, 2001: 20). En la mayoría de los casos, la opción de emigrar constituyó una obligación dolorosa, un último intento desesperado para mantener las precarias economías familiares. Las causas de esta suerte de exilio son numerosas y complejas, particulares para cada migrante si examinamos su trayectoria personal. A grandes rasgos sin embargo, puede, en lo económico, destacarse la profunda crisis padecida por el Ecuador que sumió vertiginosamente en la pobreza al 70% de su población. En lo político, la inestabilidad institucional y la falta de soluciones efectivas contra la crisis. Y en lo psicológico, la percepción de que en el país dejado atrás “no había futuro”. La relativa prosperidad de los primeros llegados, la creciente red de conocidos ya instalados y la supuesta facilidad del idioma, se erigieron en poderosos incentivos para optar por España como destino.

Teresa tuvo otra vida en su país, tuvo su familia y su casa y un cierto poder, aunque limitado, para tomar las pequeñas decisiones que conformaban su vida cotidiana. Pero los años de malvivir, dependiendo del intermitente sueldo de su esposo, capeando el dia a dia cada vez con mayores dificultades, les llevaron a considerar la decisión de emigrar. “Vete tú”, le dijo el esposo, “dicen que para una mujer es más facil encontrar chance allá”. Tomada la decisión, para pagar el billete de avión y la bolsa, esa especie de peaje en metálico que legalmente se exige mostrar en las fronteras a los turistas sospechosos, dio su modesta casa en prenda. Hizo pacientemente colas de días, compró favores con la escasa platita conseguida y, aferrada a su pasaporte, vertió amargas lágrimas creyendo vislumbrar a través de la ventanilla del avión las siluetas de sus hijos, recortadas entre la muchedumbre que se aglomeraba, despidiendo a los que se van, tras las vallas del aeropuerto de Quito.

Cuando los migrantes llegan a España no pueden tomarse un tiempo para superar el cambio horario ni para realizar una inmersión gradual en las nuevas costumbres y condiciones de vida: recurren velozmente a su red de compatriotas conocidos con la expectativa de conseguir alojamiento y referencias para encontrar trabajo. Algunas veces, un pariente o paisano recién llegado del Ecuador no se recibe con alegría. Puede ser una carga demasiado pesada para los que no han logrado aún la estabilidad económica, o un estorbo para los que, trabajosamente, lograron acomodarse y obtener su permiso de trabajo. Así consiguió Teresa su primer alojamiento, una vivienda ínfima en la que vivían hacinadas hasta 25 personas y en la que para dormir se utilizaban los colchones por turnos, todo ello a un precio abusivo. Tiempo después, le pusieron la maleta en la puerta cuando ya no pudo pagar, impotente ante el apremio de encontrar el trabajo que necesitaba.

Si a España acuden inmigrantes de todos los continentes, es porque hay trabajo, el asunto es qué trabajo y en qué condiciones. La mayoría de los ecuatorianos, como el resto de inmigrantes de otras nacionalidades, realizan los oficios que los españoles rechazan, tradicionalmente los peor remunerados y los que se realizan en las condiciones más ingratas. Especialmente tareas de peonaje agrícola, construcción, hostelería, limpieza o servicios domésticos. Muchos de ellos realizan estos trabajos a pesar de que cuentan con una capacitación muy superior, y trabajan en situaciones de clara explotación a merced de los abusos de empresarios sin escrúpulos y de los accidentes laborales: La necesidad obliga. Hay excepciones sin embargo en sectores deficitarios de empleados especializados, como el de las nuevas tecnologías, dónde los inmigrantes capacitados son bienvenidos y acogidos oficialmente. Mención aparte merecen los inmigrantes de oro: futbolistas, inversores, altos ejecutivos… Para los cuales la odisea de la regularización y la ilegalidad no existen.

Por ser mujer, Teresa logró encontrar finalmente tras mucho vagar y golpear puertas un trabajo de empleada doméstica y cuidadora de niños, lo que le permitió cubrir sus escasos gastos y enviar los primeros dineros a su familia. Una mañana cualquiera en cualquier ciudad de España, despliega a la vista un pequeño ejército de mujeres andinas empujando carritos con bebés o ancianos en sillas de ruedas. Paradójicamente, la mayoría de ellas han debido delegar, no siempre en condiciones seguras, la responsabilidad y el cuidado de sus propios hijos y ancianos para venir a España y dedicarse a cuidar hijos y ancianos ajenos.

La marginalidad consustancial al status de inmigrante se incrementa en el caso de aquellos que encuentran un destino forzoso en la prostitución y en las actividades delictivas. En el caso de la prostitución, un número ciertamente significativo de ecuatorianos venidos a España, tanto hombres como mujeres, se han visto abocados finalmente a practicarla para ganarse la vida (Médicos del Mundo, 2001: 32), dado que su situación irregular no les ha permitido acceder a otro tipo de actividad y están dispuestos a realizar lo que sea para sostener sus familias, a las que generalmente ocultan el origen de sus ingresos. En cuanto a las actividades delictivas, es preciso señalar que la participación de los inmigrantes en las mismas está sobredimensionada en los medios de comunicación, ya que los índices de delicuencia no son superiores a los existentes en otros colectivos sociales.

A pesar de las rencillas surgidas por el hacinamiento en las viviendas o por la competencia despiadada para conseguir empleo, Teresa necesita la compañía de sus paisanos y, en su tiempo libre, se encuentra con ellos. Esos momentos de actividad lúdica compartida constituyen una riquísima recreación de las identidades, en la que determinados espacios de las ciudades españolas adoptan el sentido público de las plazas y calles del Ecuador. Teresa acude a esos lugares de reunión a comer alimentos ecuatorianos, reinventados con nuevos ingredientes, a charlar con su mismo acento, a bailar la música rockolera, a reencontrarse, en definitiva, con sus señas de identidad y resarcirse del trabajo asfixiante, de los silencios y el desencuentro humano y del duelo que siente por todo lo que dejó atrás. La nostalgia tiñe profundamente estos rituales y muchos encuentran el escape catártico a su tristeza en el alcohol. Otros, sin embargo, se enamoran y fundan nuevas familias, re-creando la estabilidad emocional perdida, aunque con ello adquieren mayores obligaciones y originan un conflicto irresoluble con los que dejaron atrás en el Ecuador.

Día a día, Teresa sobrevive. Sus sacrificios son un acto de amor hacia su familia y eso es lo que le da la fuerza necesaria para seguir adelante: “no tiene otra opción”, aunque las leyes se empeñen en ignorar esta realidad.


Ecuador y España: encuentros y desencuentros.

Las relaciones institucionales entre ambos países han estado tradicionalmente marcadas por el desencuentro, cuando no sostenidas al amparo de un discurso obsoleto, incoherente con la realidad multicultural de ambas naciones y basado en referentes como la madre patria y la hermandad hispanoamericana. Esta pauta se ha reproducido en el nivel de los imaginarios colectivos a través del uso de tópicos, caso de los ecuatorianos en relación a España, o con la ignorancia manifiesta, caso de los españoles con respecto a Ecuador. La experiencia migratoria actual, y con ella, el contacto cotidiano entre ecuatorianos y españoles, está lentamente reformulando la percepción mutua en cuanto a las etnicidades, las identidades y los mitos nacionales. Sin duda alguna, la convivencia resultante entrañará destacados procesos de transformación en este terreno. Desde ahora, nunca más nos volveremos a mirar como antes lo hacíamos.

Los españoles llegaron al territorio que actualmente constituye el Ecuador como conquistadores y conformaron el pequeño grupo de funcionarios, terratenientes, comerciantes y sacerdotes que gobernó el país durante la etapa colonial. Tras la erección del Ecuador como Estado, las élites de ascendencia española continuaron dominando los resortes del poder económico, político e ideológico, mientras la mayoría de los ecuatorianos, indígenas y mestizos, trabajaban en las haciendas, sostenían las exportaciones agrícolas y se desempeñaban en las ciudades como artesanos, pequeños comerciantes o sirvientes. A lo largo de todos estos siglos, el flujo migratorio fue relativamente escaso y prácticamente sólo siguió la dirección España-Ecuador, siendo insignificante el número de los ecuatorianos que emigraron en la dirección contraria. El final del siglo XX alumbró sin embargo, el fenómeno migratorio actual, sin precedentes y de proporciones inéditas, en el que miles de ecuatorianos han cruzado el Atlántico hacia España.

Estas nuevas migraciones han revelado irónicamente una cierta continuidad histórica en el campo de la división del trabajo, ya que en los ecuatorianos en España, en su mayoría mestizos, se reproduce el viejo esquema de relaciones laborales colonial/postcolonial, ahora actualizado en la nueva urdimbre de la internacionalización del trabajo, con episodios frecuentes de sujección por deudas, contratos de palabra, quasi servidumbre… No obstante, los ecuatorianos también se trajeron con ellos a España sus formas de resistencia y protesta, y ante la injusticia sentida desplegaron marchas a pie sobre las ciudades, realizaron encierros en iglesias y ondearon las banderas del Ecuador y las wipalas en movilizaciones que atrajeron la atención de la opinión pública sobre sus problemas.

Para muchos españoles, Ecuador dejó de ser una vaga referencia en el mapa o incluso un exótico país que bien pudiera estar en África, para convertirse en un trocito de la realidad española actual, asomada en los rasgos andinos de muchos conciudadanos. La entrada en vigor de la nueva Ley de Extranjería (23.1.2001), que endurece las normativas sobre inmigración y que prohibe ejercer derechos humanos fundamentales a los inmigrantes irregulares (entre ellos los de reunión, huelga, manifestación, sanidad y educación), ha puesto en evidencia la polarización de la sociedad española en cuanto a esta cuestión, generando solidaridad y un amplio debate sobre la cuestión, en el que importantes sectores, entre ellos la Iglesia, se han mostrado contrarios a la crudeza de la ley. En contraste, estudios recientes han señalado que un 48,6% de la población española opina que existe poca o ninguna tolerancia hacia los extranjeros (CIS, 2001: 22), lo que en algunas ocasiones se manifiesta de forma marcadamente agresiva, caso de la actividad de neonazis contra ecuatorianos (Murcia88, 2000). Pese a que el extremismo es una posición minoritaria, la xenofobia está presente en muchos contextos. Dentro de éstos y ante la necesidad de mano de obra foránea, está muy extendida la opinión que considera la llegada de ecuatorianos como un mal menor, destacando la cercanía cultural, la docilidad y la capacidad de trabajo de este colectivo, frente a otros considerados más problemáticos, como el de los magrebíes por ejemplo.

Por parte de los ecuatorianos, la experiencia migratoria impacta directamente sobre la percepción respecto a España, cuestionando la imagen retórica tradicional. España ya no es un referente lejano aprendido en las escuelas, envuelto en las nieblas del mito y ante el cual el ecuatoriano se sentía unas veces Ariel y otras Calibán. Ahora es una realidad dolorosamente cercana, profunda y diversificada, que adquiere verdadero relieve y a la que algunos comienzan a considerar también como algo suyo dónde esperan dar un futuro a sus hijos. También es un espejo que replantea no sólo estereotipos, sino que lleva a cuestionar la propia imagen. Entre los migrantes blancos y mestizos, por ejemplo, es común la apreciación de que “los españoles nos tratan a los ecuatorianos como nosotros tratamos a los indios”. Igualmente, en las relaciones con sus compatriotas, son conscientes de la diversidad regional y étnica que los separa, pero son capaces de trascenderla y reconocerse como partes de una misma matriz nacional reforzando su identidad como ecuatorianos.

La oleada migratoria está incrementando notablemente las relaciones entre los dos países, pese a la negatividad asociada al fenómeno. La calidad final de esta relación dependerá de las pequeñas elecciones a nivel personal, pero también de decisiones políticas que deberán revisar viejos tópicos y nuevas realidades.


Epílogo.

…Teresa no existe, es inventada. En su persona ficticia confluyen algunas de las vivencias de miles de ecuatorianos transterrados en España, migrantes de un nuevo milenio. Teresa, ¿no existes?.



Referencias utilizadas:

  • Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). “Barómetro de Diciembre-2000”, Madrid: Diario El País, 26.1.2001, pp. 22.

  • Médicos del Mundo. Informe de Exclusión 2000 [en línea], Madrid: Médicos del Mundo, 2001. Documento Acrobat-Reader 4.0 [Consulta: 1 de Febrero de 2001].
    http://www.medicosdelmundo.org/exclusion2000.pdf

  • Bárbulo, Tomás. “El Gobierno repatriará el lunes a los primeros 50 ecuatorianos” , Madrid: Diario El País, 14.2.2001, pp. 20.

  • Murcia88. Inmigrante empleado=Español parado. Lo que las televisiones no cuentan [en línea], Murcia: Nacional-Socialismo Español, 2000. Documento HTML 3.0. [Consulta: 5 de Febrero de 2001]
    http://www.actionweb.net/~orden/ murcia88_76.html.






 
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