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Dicen que somos ingobernables

Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (INREDH, Ecuador)

Quito, 19 de junio de 2006

Ponencia de Luis Ángel Saavedra, de INREDH, en el Coloquio Internacional: Los Derechos Humanos como prioridad en América Latina, con Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo

Porque no engraso los ejes me llaman abandonado, cantaba Atahualpa Yupanqui; así proclamaba al viento su insumisión frente a los cánones sociales, frente a la vida normal de una sociedad jerárquica y discriminatoria. Yo lo escuchaba aún siendo niño y no podía comprender ese gusto por el sonido estridente de los ejes sin aceite. Más tarde comprendí que los ejes sin aceite bien pueden ser la piedra en el zapato de los gobiernos opresores o de las transnacionales asesinas. Esos ejes sin aceite, esa piedra en el zapato, eso constituyen las madres y abuelas de la Plaza de Mayo; eso son las organizaciones de derechos humanos: estas organizaciones, vilipendiadas a cada momento por el discurso del poder, constituyen una parte de esa inmensa muchedumbre de ingobernables.

Aquí no nos llaman abandonados, como se proclamaba Atahualpa Yupanki, aquí nos llaman ingobernables.

Los testaferros de los grandes poderes económicos han acuñado esta muletilla para explicar muestra ira, para explicar nuestra insolencia frente a las imposiciones de una política económica y militar ajena; para explicar la misma construcción de nuestras organizaciones.

Somos ingobernables porque no aceptamos el TLC; ingobernables porque no nos adscribimos a un plan que propiciará el desangramiento de indígenas y campesinos en la frontera norte; porque no queremos gringos en Manta o porque soñamos en una patria diversa. Nos llaman ingobernables porque destronamos a los presidentes que nos mienten: somos ingobernables porque ejercemos nuestros derechos, porque hemos hecho de la democracia participativa un deber y actuamos más allá de los límites académicos que nos imponen las definiciones únicas de los derechos civiles y políticos.

Somos ingobernables porque seguimos preguntando dónde está Gustavo Garzón, ese inmenso escritor joven desaparecido por las huestes del poder; porque seguimos preguntando dónde están los asesinos de Consuelo Benavides, Arturo Jarrín, Fausto Basantes, nuestros muertos de las luchas pasadas; o dónde están los asesinos de Saúl Cañar, Andrés Arroyo, Angel Shingre, los muertos de nuestras luchas presentes.

Pues así es. Somos ingobernables porque nuestras organizaciones debieron aniquilar su origen, renegar de su nacimiento en el seno de las garantías de la doctrina liberal y, con gran insolencia, afirmar que la construcción del individuo sólo tiene sentido en el marco de lo comunitario; apropiarnos de la paradoja de negarnos al derecho individual, sin someter ni aniquilar al individuo, para posibilitar la construcción del derecho colectivo, aceptando la diversidad, reconociendo que no sólo se trata de los derechos del hombre, sino de los derechos de hombres y mujeres, de géneros y generaciones, de orientaciones y opciones; de etnias, pueblos y nacionalidades.

En el Ecuador, si bien las primeras organizaciones de derechos humanos, como la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (CEDHU) y el Servicio Paz y Justicia del Ecuador (SERPAJ), aún vigentes, y el desaparecido Comité de Defensa de Derechos Humanos, nacieron de necesidades concretas para contrarrestar violaciones a los derechos civiles presentadas en la dictadura militar, a finales de los años 70, pronto debieron asumir nuevos compromisos que los vinculó de manera directa con las luchas populares.

Hoy, la lucha por los derechos humanos no puede estar concebida fuera de las luchas populares; esto es, el respeto de los derechos civiles y políticos, o de las llamadas garantías fundamentales, no puede ser posible bajo regimenes que vulneran los derechos colectivos; de ahí que la respuesta de la sociedad, ante gobiernos que pretenden ignorar los derechos económicos, sociales, culturales o los derechos de los pueblos, sea el desacato público a sus resoluciones y, en última instancia, el defenestrar gobiernos.

En este contexto podemos afirmar que, pese a que el mayor exponente de las luchas sociales y de defensa de derechos, el movimiento indígena, estuvo desmovilizado, en abril del 2005 la sociedad se expresó a través de sus organizaciones, todas ellas creadas y sostenidas en el marco de la defensa de, al menos, un derecho.

Quienes desean mirar a la sublevación de abril del 2005 como un movimiento espontáneo, o quienes desean encausarlo bajo el flamear de una ideología o nombrarlo con un solo nombre, corren el riesgo de negar lo que constituye la esencia de la sociedad ecuatoriana: la organización y la comunidad.

Nuestra herencia andina nos ha forjado en la comunidad, por más que de ella intentemos apartarnos siempre volvemos a ella, incluso en formas urbanas, para poder proteger alguno de nuestros derechos: todas las ecuatorianas y todos los ecuatorianos pertenecemos a alguna forma de organización desde la cual respondemos al poder cuando intenta vulnerar algunos de nuestros derechos: eso fue lo que ocurrió en abril del 2005, cuando en la calle nos encontramos militantes de organizaciones, vecinos del comité barrial, deportistas de los clubes, mujeres de un sinnúmero de organizaciones de base: a todo esto no se puede llamar espontaneidad.

Que iluso fue el actual ministro de gobierno, Felipe Vega, cuando intentó restringir el derecho a la libre circulación de los motociclistas; pues lo único que consiguió fue que se hagan visibles la una y mil maneras de organización que posee este sector: antes de esta disposición quien había escuchado de la asociación de mensajeros motorizados, por ejemplo, o la asociación de motociclista de servicio público. Vega logró impulsar la consolidación organizacional de otro gran sector nacional: los motociclistas.

En este abanico de organizaciones tenemos incluso una asociación de vendedores de cds piratas, ellos han hecho posible el acceso democrático al conocimiento y la cultura, es decir, ese mandato casi olvidado de la UNESCO, que debían cumplir los Estados, lo están haciendo posible las asociaciones de vendedores de cds piratas.

A nuestra manía de organizarnos para defender derechos incluso la hemos convertido en producto de exportación: España, Italia y Estados Unidos son testigos. Los españoles por ejemplo, vieron como, un año y medio después de que las primeras oleadas de migrantes ecuatorianos llegasen a su país, se empezaban a tomar catedrales, a llenar las calles con marchas o a expresarse a través de diversas asociaciones. Marroquíes, peruanos, colombianos y otros grupos masivos de migrantes habían llegado mucho años atrás, pero ninguno de estos grupos intentó formar una organización para defender sus derechos de manera abierta y sustentándose en la movilización.

Pues bien, no siempre la acción de nuestras organizaciones logran mantener el ejercicio pleno de los derechos humanos, incluso podemos desesperarnos al ver que acumulamos más derrotas que triunfos, pero los triunfos, por pocos que sean, son los que históricamente se convierten en hitos de la lucha social: la victoria frente al TLC y en el caso OXI son nuestros más recientes ejemplos.

En el ámbito de la democracia formal logramos consolidar una nueva Corte Suprema de Justicia que, con mucho trabajo, está dando muestras de ser independiente; sin embargo perdimos cuando intentamos implementar un proceso similar, es decir, una convocatoria pública y que la sociedad civil pueda tener "derecho de tacha" para aquellos candidatos con hojas de vida no tan limpias, que intenten conformar el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo Electoral. En las reuniones que se mantuvo con diversos bloques de legisladores se negó esta posibilidad, incluso se argumentó que "algunos nombres" no eran negociables. Así, el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo Electoral nuevamente fueron elegidos por el Congreso Nacional y en base a cuotas de los partidos políticos, teniendo la mayor representación los partidos de derecha y delegaciones de los grupos de poder económico.

Triunfos y derrotas que nos asisten en el presenten nos proyectan a las futuras respuestas. El escenario a futuro en el Ecuador tendrá dos elementos que provocarán mayor vulnerabilidad en los derechos humanos, y estos dos elementos nuevamente identificarán relaciones entre los derechos colectivos y los derechos civiles.

El primer escenario es el que se presenta en las zonas donde se aplican políticas extractivas: zonas de explotación petrolera y minera, y las concesiones de explotación de madera.

En los años siguientes se implementarán de manera más agresiva las concesiones de explotación de recursos naturales y se violentarán los derechos colectivos de las comunidades campesinas e indígenas que vivan en las mencionadas zonas. La razón para incrementar la explotación de recursos es la necesidad de sostener el proceso de dolarización en una economía que no tiene producción propia.

La dolarización tiene tres pilares al momento: los ingresos petroleros, las remesas de los migrantes y el lavado de narcodólares. Las remesas de migrantes cada año van disminuyendo debido a los procesos de control de la migración y la reunificación familiar; de igual manera, cada vez son más efectivos los controles del narco lavado.

Los ingresos petroleros se perfilan como los únicos que perdurarán en el mediano plazo, esto hace necesario conseguir nuevas reservas de petróleo y nuevas zonas de explotación, afectando a los pueblos de la Amazonía.

Un caso similar se presentará con las comunidades indígenas de la sierra ecuatoriana en relación con la explotación minera, pues se ha iniciado un proceso de concesiones que abarca toda la región.

Para garantizar la explotación de los recursos naturales se implementarán procesos de militarización y acoso a las comunidades que se resistan a estas actividades; estos procesos estarán en coordinación con fuerzas militares nacionales y organismos de seguridad de las transnacionales, tal como ya se evidencia en los contratos realizados entre el ejército del Ecuador y las empresas, mediante los cuales el ejército les brinda protección.

El segundo elemento que perfila el nuevo escenario constituyen los nuevos conflictos por la tierra y el agua.

En 1990 y 1992, el movimiento indígena protagonizó levantamientos masivos, una de sus reivindicaciones fue la tierra, así se logró la titularización de los territorios de algunos pueblos y comunidades.

La lucha por la tierra, a la que ahora se suma la lucha por el agua, fue relegada en la última década, pero en este momento vivimos un proceso de presión demográfica en las comunidades, lo que hace necesario una revisión de los latifundios que aún existen al contorno de varias comunidades y en una nueva distribución de los caudales de agua, en función de las necesidades de las comunidades y no de las haciendas o los monocultivos.

La lucha por la tierra y el agua provocará nuevos enfrentamientos entre los terratenientes y las comunidades indígenas, esto favorecerá el aparecimiento de grupos de protección de los terratenientes y procesos de hostigamiento a los líderes y liderezas de las comunidades, tal como ahora lo estamos viviendo en la sierra central y en la provincia de Los Ríos, en la costa.

Los elementos descritos propiciarán violaciones a los derechos colectivos, las que a su vez propiciarán violaciones a los derechos civiles sobre las personas que dirijan procesos de defensa de los derechos de las comunidades y pueblos.

A futuro, y no darse un proceso de concertación entre el Estado y las comunidades, se harán evidentes una serie de confrontaciones, en donde las primeras víctimas serán precisamente los defensores y defensoras de derechos humanos, de ahí la necesidad de establecer redes muy sólidas de protección y apoyo mutuo.

Y aquí de nuevo se presentan las organizaciones, a través de las diversas redes de protección que se han generado: organización y comunidad convivirán en nuestra lucha por los derechos humanos.

Bueno, en conclusión, dicen que somos ingobernables, pues si, lo somos; lo seremos mientras haya un resquicio de opresión y una forma de atentar a la dignidad, lo seremos mientras el poder persista en su intento de fraccionar la equidad y la justicia; lo seremos mientras los derechos humanos aún deban promocionarse y respetarse en algún espacio de nuestra sociedad. Pues sí, seremos ingobernables, orgullosamente insumisas, orgullosamente insumisos.

Luis Ángel Saavedra

[+info]
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