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Los aviones regalados: La dignidad de una nación

William Sánchez Aveiga

Guayaquil, 30 de septiembre de 2009

El acto de regalar una cosa a otra persona, siempre ha tenido singular importancia tanto para el donante como para el beneficiario; así, un filántropo puede donar dinero a una entidad cultural, un hombre benévolo puede obsequiar ropa y alimentos a una familia, un hijo puede regalar unas flores a su madre, un pretendiente puede obsequiar un perfume a su novia, etc., y en cada caso, siempre habrá una intención detrás, la misma que puede ser de expresar un sentimiento, de generar una reacción, o de ambas a la vez. En contraste, hay quienes regalan cosas que no les sirven, y quienes lo hacen con intenciones insanas, para seducir o comprometer, como ha ocurrido desde tiempos remotos con quienes obsequian joyas y otros bienes a ambiciosas y desvergonzadas señoritas que después deben pagar con favores personalísimos.

Para que el ejercicio de obsequiar sea noble y digno, el regalo no debe denigrar ni manipular al beneficiario, sino por el contrario, hacer que se sienta respetado y apreciado, dos sentimientos sustanciales de la dignidad humana que son por extensión, valores de una sociedad y de una nación. La solidaridad, uno de los más altos valores humanos, ha sido recurrentemente demostrada cada vez que una catástrofe se ha cernido sobre una región del planeta, haciendo que los demás habitantes del globo, sin mediar raza, política ni religión, se hagan presentes con alimentos, medicinas y ropa para quienes sufren la tragedia; esas son buenas razones que los Estados tienen para obsequiar salud, abrigo y satisfacción a sus hermanos en desgracia.

Pero, obsequiar armas o cualquier instrumento de guerra como aviones de combate, por parte de un gobierno a otro, no puede considerarse una obra benévola ni altruista. Tampoco puede catalogárselo como un gesto de aprecio desinteresado hacia los ciudadanos que somos los verdaderos y legítimos soberanos del Ecuador; no sería digno de parte nuestra aceptar tales artefactos en estado flamante, mucho menos si son obsoletos. No somos los parias de América para consentir como regalo lo que el gobierno de Venezuela desecha, ni nuestra dignidad tiene precio para ser comprados con regalitos que nos pongan en compromiso de acolitar a nadie en sus aventuras políticas.

Con verdadero horror hemos escuchado a algunos asambleístas del bloque de gobierno, declarar que no hay nada de malo en tal obsequio y que a caballo regalado no se le mira el rabo, y yo les pregunto: ¿qué dirían si en vez de Chávez, fuese Obama el que nos propusiera, no seis sino veinte aviones de guerra, y no obsoletos sino flamantes? ¿Dónde se les quedó botada la vergüenza y la dignidad de la que tanto hablaron cuando con razón se opusieron a que la base norteamericana en Manta continuara?

No es sensato, por tanto, que el Ecuador acepte de ningún país obsequios de esta índole, por mucho que nuestras fuerzas armadas requieran repotenciar su armamento; no hay justificativo que valga, pues la honra y la dignidad de la Patria no se negocian ni se comprometen.

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