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Contra la paradoja de la abundancia

Alberto Acosta

La Insignia

1 de junio de 2007

Discurso de Alberto Acosta, economista y ministro de Ejergía y Minas de Ecuador, en el cuadragésimo aniversario del primer pozo petrolero ecuatoriano en la Amazonia.

Comparto con ustedes mi emoción al recordar cuarenta años de actividad petrolera en la Amazonía, contados desde que un día 22 de marzo de 1967 fluyó petróleo de este pozo, el Lago Agrio Nº 1. Desde entonces, mucho petróleo ha salido de la Amazonía.

En este lugar, en Lago Agrio estuve por primera vez un 12 de febrero de 1969. Vine acompañando al presidente de la República, doctor José María Velasco Ibarra. La impresión que todavía guardo en mi memoria es de una selva con un verde enorme, interminable. A la par del verde, la cantidad de helicópteros que volaban en esta región quedó grabada en mi retina. En esa época, en 1969, se decía que -por kilómetro cuadrado- ésta era la zona del planeta que tenía el segundo movimiento de helicópteros del mundo, la primera era Vietnam. Recuerdo también, y es algo que no olvidaré nunca, los cisnes que adornaban el banquete ofrecido en honor del presidente Velasco Ibarra, en uno de los dos hangares que existían en Lago Agrio. Dos o tres cisnes flotaban en un embalse de agua, traídos, como toda la comida, el vino y demás, desde el Hotel Quito. Eran cisnes de hielo seco que adornaban el momento y que de alguna manera, que no presentí entonces, auguraban el espejismo del petróleo.

Esta es la imagen que guardo en mi cabeza. Una imagen contradictoria, incluso brutal sobre todo cuando veo cómo está esta región de la Amazonía. Su destrucción ha ido a la par de la extracción del petróleo.

En este momento, adicionalmente, quiero recordar a algunas personas. Algunas de ellas nos acompañan ahora: Gustavo Jarrín Ampudia, el primer ministro de Recursos Naturales y Energía, o al mismo Jaime Galarza, quien escribió sobre el Festín del petróleo. Denuncia que le llevó a la cárcel. Festín que en muchos casos, lamentablemente, no ha terminado. Están aquí otras personas que hicieron historia, como el general René Vargas Pazos. Y por cierto mención muy especial merece el almirante Raúl Jaramillo del Castillo, quien no ha podido acompañarnos en este día, pero a quien le debo muchos de mis conocimientos y experiencia en el ámbito petrolero. Por igual menciono a otros compañeros que desde algún lado del infinito nos estarán mirando; pienso especialmente en aquellos que nos acompañaron una y otra vez en tantas luchas y en tantos enfrentamientos, como Mauro Dávalos, con quien denodadamente impedimos que se produzca el atraco del Sistema del Oleoducto Transecuatoriano; como Napoleón Arregui, quien habría sido un motor indiscutible en el actual Ministerio de Energía y Minas; e, incluso en Zonia Palán, quien, si bien no estuvo directamente involucrada en el tema petrolero, siempre fue una activa defensora de los grandes intereses nacionales. Y en esta lista, incompleta por cierto, habría que incluir a todas las víctimas de la actividad petrolera, porque han sido muchos cientos los compatriotas que sufrieron y sufren los efectos de prácticas nocivas para la Naturaleza y la vida misma, sobre todo en la época de la Chevron Texaco.

Prácticas que, luego de un largo periplo judicial por los EEUU, son objeto de un juicio pendiente en esta misma región amazónica, que tendrá que cumplirse aunque sea sólo para no olvidar lo que Chevron Texaco hizo en el país. Si bien se honró la memoria de algunos de los ausentes poniendo su nombre a ciertos pozos petroleros, como Mauro Dávalos, por ejemplo, también hay otros pozos con los que se recuerda a dos pueblos que desaparecieron por la actividad petrolera, los Tetetes y los Sansahuaris, ellos ya nunca más estarán acá: hombres, mujeres y niños, que fueron sacrificados por la avaricia del petróleo, cuya extracción está dominada por la lógica del capital. Lógica de acumulación sostenida por conocidos atracadores de la riqueza nacional, gente que no sólo ha lucrado de los ingresos petroleros, sino que ha impedido el desarrollo del país.

En este punto preguntémonos qué pasó con tanto petróleo extraído desde aquel 22 de marzo de 1967. Desde aquella fecha hasta el presente, el Ecuador ha producido 4.035 millones de barriles de petróleo, que valorados a precios históricos internacionales nominales, representarían un total de 82 mil millones de dólares. ¿Dónde está ese dinero? Yo no hablo de riqueza, porque la verdadera riqueza, aquella que fue destruida, no estaba en el subsuelo, sino en la biodiversidad, en la vida y en las culturas.

¿Sin embargo, dónde está ese dinero, que pudo haberse transformado, vía adecuada siembra del petróleo, en un genuino capital nacional? Esta es una pregunta que tenemos que hacernos los ecuatorianos y las ecuatorianas.

Podemos ver atrás. Podemos identificar entre la herencia petrolera a la Refinería Estatal de Petróleo, el mismo oleoducto, algunas represas hidroeléctricas, carreteras, hospitales y algunas obras en el sector de la educación. Quizás algo más que se me escapa en este momento. Pero, a pesar de tantos ingresos, los mayores de toda la época republicana, el Ecuador, no se ha desarrollado. ¿Será que somos víctimas de la maldición de la abundancia? ¿Será que somos un país pobre, porque somos un país rico en recursos naturales?

Los países que se han especializado en la extracción y la exportación de recursos naturales, normalmente no han logrado desarrollarse. Sobre todo aquellos países que tienen una gran dotación de uno o pocos recursos naturales están atrapados en una lógica perversa, conocida como la paradoja de la abundancia por Jürgen Schuldt, uno de los más lúcidos pensadores latinoamericanos. La abundancia de recursos naturales distorsiona la estructura y la asignación de los recursos económicos del país, redistribuye regresivamente el ingreso nacional y concentra la riqueza en pocas manos mientras se generaliza la pobreza, da paso a crisis económicas recurrentes, al tiempo que consolida mentalidades rentistas, profundiza la débil y escasa institucionalidad, alienta la corrupción, deteriora el medio ambiente, todo lo que contribuye a debilitar la gobernabilidad democrática en tanto facilita el establecimiento de gobiernos autoritarios y clientelares.

Justamente las economías dependientes de la extracción de recursos naturales no son las que más han crecido en las últimas décadas. Desde los años sesenta para acá, las economías subdesarrolladas dotadas con abundantes recursos naturales han crecido a tasas menores por habitante que las que no disponen de ellos. Estas últimas, a pesar de no poseer riquezas naturales, crecieron a ritmos que fueron entre dos a tres veces superiores a las de los primeros.

Estas economías no han logrado establecer un esquema de desarrollo que les permita superar la llamada trampa de la pobreza, situación que da como resultado la gran paradoja: hay países que son muy ricos en recursos naturales, que incluso pueden tener importantes ingresos financieros, pero que no han logrado establecer las bases para su desarrollo, siguen siendo pobres. Y son pobres porque son ricos en recursos naturales, en tanto han apostado prioritariamente por la extracción de esos recursos marginando otras formas de creación de riqueza sustentadas más en el esfuerzo humano que en la generosidad de la naturaleza.

Además, estos países no se han caracterizado como ejemplos de democracia, sino todo lo contrario. América Latina tiene una amplia experiencia acumulada en este campo; igual reflexión se podría hacer en relación con los países exportadores de petróleo ubicados en el Golfo Pérsico o Golfo Arábigo y en otras regiones del planeta. Países como Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Árabes pueden ser considerados como países muy ricos incluso en términos de acumulación de depósitos financieros y con elevados niveles de ingreso per cápita, pero no entran en la lista de países desarrollados.

Se podría encontrar un ejemplo contrario en Noruega. Sin embargo, en este caso este país empezó la extracción de petróleo cuando existían sólidas instituciones económicas y democráticas, es decir cuando Noruega ya era un país desarrollado.

¿Cómo explicar esta curiosa contradicción entre la abundante riqueza natural y la pobreza en la gran mayoría de nuestros países? ¿Qué implicaciones tiene para economías que dependen de la extracción de petróleo u otros minerales? ¿Es posible sobreponerse a los efectos negativos que ejerce la abundancia de recursos naturales? ¿Será inevitable repetir los fiascos que representaron las famosas bonanzas del petróleo?

Estas preguntas alrededor de esta maldición exigen respuestas urgentes, sobre todo ahora que tenemos un gobierno responsable con su historia y con su pueblo, empeñado en superar este pasado oprobioso. En esta Patria, que empieza a ser de todos y de todas, debemos tener conciencia de lo que significa la disponibilidad de recursos petroleros, mirando hacia atrás, para luego de corregir el presente, poder caminar hacia el futuro. Definitivamente no podemos repetir lo que se ha vivido en el Ecuador en los cuarenta años pasados, pero sobre todo en las dos últimas décadas de entreguismo y sumisión al capital foráneo, cuando planificadamente se redujo la presencia y participación del Estado en la actividad petrolera.

Para empezar, es urgente replantearse la participación del Estado en la renta petrolera. ¿Cuánto era el monto de participación de la compañía Chevron Texaco en la renta petrolera? En ese entonces, esta compañía recibía menos de un 13%. El Estado sobre el 87%. La misma Chevron Texaco lo ha reconocido públicamente más de una vez, incluso en remitidos públicos. Dicen que el país obtuvo algo así como 25 mil millones de dólares por la actividad petrolera y que ellos hicieron suficientes ganancias con 500 millones de dólares.

En la actualidad la situación ha cambiado. Las empresas privadas a lo largo de los años, manipulando cifras y utilizando lacayos muy atentos a sus demandas, impusieron condiciones lesivas al interés nacional. No hace mucho, en un gobierno, que ofreció cambiar el Ecuador o morir en el intento, su presidente recibía literalmente órdenes escritas de la Asociación de la Industria Hidrocarburífera del Ecuador, órdenes con copia para el Fondo Monetario Internacional con el fin de facilitar el correspondiente seguimiento de las tareas encomendadas por el capital. Eso ha pasado, eso es parte de la historia: como dice el ciudadano presidente Rafael Correa, estamos dejando atrás la larga noche neo-liberal, que nos legó una situación lamentable a todo el país y por cierto a la empresa estatal de petróleo, Petroecuador.

Esta es una empresa, la más grande e importante del país, asfixiada por una institucionalidad perversa y sujeta a una creciente descapitalización. Si la empresa requiere hacer una compra de 150 mil dólares o más, se ve forzada a buscar la autorización de la Procuraduría General del Estado, autorización que puede tomar varios meses: ¿qué empresa petrolera puede ser eficiente en estas condiciones?, nos preguntamos. A Petroecuador le cargan en sus cuentas, en su presupuesto, con el peso de la importación de los derivados del petróleo: ¿cómo no va a estar descapitalizada una empresa que tiene el 44% de su presupuesto destinado atender las importaciones de derivados de petróleo del país, a la que muchas veces no le cubren la totalidad de esos costos, al tiempo que le recortan sus inversiones? En estas condiciones no faltan sinvergüenzas que dicen que la empresa es ineficiente por ser estatal...

Pero lo grave no sólo es la falta de recursos y la desinstitucionalización de la empresa, lo peor es la pérdida de una visión estratégica. Este es sin duda el punto medular del reto presente: Ecuador ha perdido el rumbo de los intereses nacionales en su manejo estratégico.

Este es un país con recursos petroleros, con recursos energéticos, que incluso los exporta, pero que no satisface su demanda interna y tiene que importar derivados caros, por un monto en este año, de por lo menos 2.300 millones de dólares. Y luego esos derivados caros, los vendemos baratos, subsidiados por un valor de 2.300 millones de dólares. Para cerrar el círculo, incluso regalamos combustibles a los países vecinos -vía contrabando- por unos 500 millones de dólares al año...

Este nivel de desperdicio demuestra el grado de irresponsabilidad con que se ha manejado este recurso no renovable. Es una demostración más de que nuestro Ecuador perdió su brújula. Este país neoliberal careció de vocación histórica de futuro, no tuvo una visión estratégica... salvo aquella impuesta por el capital transnacional y sus intermediarios criollos. Superar tanta aberración es nuestra primera tarea: ver a dónde queremos llegar, cuáles son nuestras capacidades, y naturalmente cuáles son los obstáculos que tenemos que vencer. Esa es uno de los mayores retos que tenemos.

Si en el subsector petrolero la situación ha sido deplorable, el subsector eléctrico no se queda atrás. En esta larga noche neo-liberal quedaron rezagados muchos proyectos hidroeléctricos, elaborados por el desaparecido Instituto Ecuatoriano de Electrificación (INECEL). Institución que no sobrevivió a la barbarie neoliberal, que sucumbió ya hace diez años. Pero quedaron sus estudios que nos sirven ahora de punto de partida para nuevos proyectos. Y más que eso, tenemos la voluntad política para reconstruir las instituciones y crear las que sean necesarias con miras a recuperar la patria.

Por eso vamos a concluir Mazar, en el menor tiempo posible. Esperamos que se termine ya el proyecto San Francisco, que tuvo una demora por una mala instalación de una de las bombas de lubricación por parte de la propia empresa constructora. Estamos a punto de iniciar la construcción de la planta de generación Sopladora, en el marco del gran proyecto Paute, que incluye a Mazar y a la central Molino. Esperamos colocar el próximo la primera piedra del proyecto Coca-Codo-Sinclair, con 1.500 Mw; un proyecto que transformará de forma profunda la matriz energética del Ecuador. Estamos trabajando en el proyecto Minas-Jubones, entre las provincias del Azuay y El Oro, el proyecto Chespi en la provincia de Pichincha, entre otros.

Pero todos estos proyectos e incluso la actividad petrolera, a diferencia de lo que sucedió en épocas anteriores, tendrá que hacerse contando con el respaldo, el apoyo y la aprobación de la sociedad. Las consultas previas tienen que ser una realidad efectiva en nuestro país. El diálogo amplio es una obligación democrática. No podemos seguir atropellando a la gente, como ha sucedido hasta ahora. No podemos seguir imponiéndoles proyectos a cuenta de un desarrollo que no existe. Si la comunidad no es parte importante en la definición y ejecución de las actividades petroleras, de las actividades hidroeléctricas y por supuesto de las actividades mineras, no hay espacio para el desarrollo.

Creemos también que no solo las comunidades sino la naturaleza misma, tiene que ser parte de este proceso. Si la irrespetamos, estamos atentando contra la vida y estamos negando la posibilidad de la sobrevivencia de todos los habitantes de planeta. Tenemos que ser globalmente responsables, aunque no seamos los mayores depredadores del mundo.

Por eso, el ciudadano presidente Rafael Correa ha dicho con absoluta claridad, cual es su primera prioridad para el aprovechamiento del crudo del campo ITT, (Ishpingo-Tambococha-Tiputini): no extraerlo, dejarlo represado en beneficio de la humanidad. Estamos haciendo un esfuerzo histórico a nivel mundial para dejar el petróleo en el subsuelo e impedir un mayor recalentamiento de la atmósfera. Lo hacemos consciente en el respeto de la biodiversidad y de los pueblos no contactados. Y lo hacemos porque esta decisión tiene también connotaciones económicas fundamentales, como es el mensaje que tendría esta señal en términos de atraer turismo a un país en donde su sociedad prioriza el respeto a la vida, como lo es también la protección de esa porción de selva en donde se forma parte importante de la nubes que luego se vierten sobre la región andina en donde se construyen los grandes proyectos hidroeléctricos...

Además este es un tema ético. Un asunto de dignidad humana. Sería lamentable que por acción u omisión, pasados algunos años, nos digan que aquí vivieron los pueblos: Tagaeri, Taromenane, y Oñamenane. No podría yo explicarles a mis hijos, a mis nietos que no pude hacer nada para salvarles... Recordemos nuevamente que en estos largos años de extracción de crudo, sobre todo durante la gestión de Chevron Texaco, desaparecieron los Tetetes, los Sansahuaris...

Creo con sobrada razón que éste es un momento de reflexión para buscar propuestas de largo plazo. Y es también un momento para construir un Ecuador diferente, justamente aquí, en donde empezó a fluir el petróleo, hace ya 40 años.

Respondámonos preguntas clave, como ¿cuáles son las propuestas para construir una economía post-petrolera? Tarea que no pasa por cerrar todos los pozos y creer que se ha resuelto el asunto y creer que vamos a encontrar respuestas inmediatas, milagrosas.

La acción tampoco significa ampliar incontroladamente la explotación de petróleo. Estamos obligados a optimizar su extracción sin ocasionar más destrozos ambientales y sociales, particularmente en la Amazonía. Hay que obtener el mayor beneficio posible para el país en cada barril extraído, refinado, transportado y comercializado, antes que maximizar el volumen de extracción, pero hay que hacerlo respetando a la naturaleza y a las comunidades. Esta tarea, digámoslo de paso, nos conduce a la revisión de contratos petroleros que perjudican el interés de la sociedad...

Si hablamos de economía postpetrolera no estamos pensando en que aparezca un nuevo producto primario que nos permita sobrevivir en el mercado internacional. No estamos abriendo la puerta para un Ecuador minero en extremo, no, nada de eso. Debemos aprender que el hecho de ser países productores y exportadores de recursos naturales, no nos ha conducido al desarrollo. ¿Dónde está el desarrollo del banano? ¿Dónde está el desarrollo del cacao? ¿Dónde está el desarrollo producido por los camarones? ¿Dónde está el desarrollo producido por el petróleo, por la explotación de la madera?

Tenemos que comenzar a pensar que el desarrollo sólo será posible en la medida que aprovechemos de una manera sustentable -en términos ambientales, sociales, empresariales, económicos e incluso políticos- nuestros recursos naturales. ¿En base a qué?, al aprovechamiento del principal factor de producción y de desarrollo, su objetivo mismo, el ser humano. El esfuerzo del ser humano tiene que ser la base de nuestro desarrollo. No podemos vivir siempre pensando en que los recursos naturales, de una manera aislada, espontánea y casi mágica, van a resolver nuestros problemas. A partir de la utilización de estos recursos, sobre bases de equidad y con encadenamientos productivos y sociales, tenemos que diseñar la estrategia de desarrollo.

Para lograrlo necesitamos dar vuelta la página definitivamente y modificar la correlación de fuerzas en lo político, económico y social. Las políticas de ajuste estructural y la liberalización a ultranza, que han tenido como objetivo principal la venta de las empresas estatales y han pretendido organizar la economía a través de los mercados (oligopólicos o abiertamente monopólicos), han fracasado. De todo lo anterior se desprende que hay que hacer un esfuerzo enorme y sostenido para maximizar los efectos positivos que se puedan obtener de la extracción petrolera, sin perder de vista que el petróleo se acaba y que el desarrollo no se hace simplemente en base a la extracción de los recursos naturales. Es preciso generar riqueza, no podemos vivir de la renta de los recursos naturales sino del esfuerzo de los seres humanos, esa es la gran tarea. Si esto no se logra, hay que tener presente que se mantendrá la maldición de la abundancia.

Hoy podemos cambiar. Es el momento de nuestra patria altiva y soberana, como plantea el ciudadano presidente Rafael Correa. Esa patria altiva y soberana nos convoca a la discusión y al debate, a la construcción de una nueva opción de vida. Nuestro trabajo se complementa con lo que será, con lo que en realidad ya es la Asamblea Nacional Constituyente. Asamblea que ya empezó el quince de abril del presente año, cuando la mayoría de habitantes de esta tierra dijo al futuro y No al pasado.

Enterramos con ese voto positivo y propositivo a todos los que han depredado la historia, la patria, incluyendo nuestros recursos naturales. Enterramos con ese voto a quienes nos quieren mantener atados a la lógica del capital. Enterramos con ese voto a todos quienes no quieren la democracia. Y desde esa perspectiva democrática, les invito a sumarse a una discusión permanente en estos próximos meses. Todas y todas somos asambleístas. Esto implica, a más de participar, ser responsable en la selección adecuada de las lista de quienes van a ir a la Asamblea. Participemos activamente no para tener simplemente una nueva Constitución. Ni para que ésta sea buena, pues ¿quién define que es buena la Constitución? La Constitución tiene que ser nuestra. Requerimos una Constitución, entendida como un proyecto de vida en común, con la que nos sintamos identificados. Allí debemos definir nuestros deberes y derechos, porque así como exigimos, tenemos que dar. Así como estamos pidiendo respeto, tenemos que respetar; así como queremos tener una Patria que nos permita vivir dignamente, tenemos que querer que esa Patria permita que todos los habitantes vivan dignamente. Y si hablamos de dignidad, es lo que menos existe en la Amazonía...

Una constatación final. Ha desaparecido el Estado Nacional. ¿Cómo aparece el Estado para los habitantes de la Amazonia al cabo de 40 años? Simplemente uniformado, represivo. Estas instituciones tan dignas y sólidas, como deberían ser las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, son las encargadas de reprimir a la gente que dice: Dénme un mendrugo de pan de ese petróleo que está enriqueciendo, no a los ecuatorianos, sino a los grupos transnacionales.

Comencemos a trabajar ya. No sólo en pensar cómo será nuestra Constitución, sino incluso, seamos más prácticos, elaboremos las leyes orgánicas que nos permitan rescatar el petróleo, la electricidad, las energías alternativas. En ese esfuerzo tenemos que estar todos y todas, pensando en que la Constitución no es simplemente un libraco con unas cuantas leyes y unos cuantos textos jurídicos, muchas veces difíciles de entender e incluso difíciles de leer.

La Constitución es un pacto social, es un acuerdo para definir ¿en qué punto estamos y a dónde queremos llegar? Si ustedes quieren, también es una carta de navegación, a donde tiene que enrrumbarse la nave del Estado. Esta tarea, entonces, nos obliga a recuperar espacios de soberanía. Sin soberanía no hay nada, no hay posibilidad de acción para el Estado Nacional. Tenemos que recuperar la soberanía, pero con una perspectiva diferente a la que existía hace muchos años, no mirando hacia dentro, sino mirando hacia fuera, pensando en que tenemos que recuperar nuestra soberanía con el resto de los países de la región para construir una soberanía compartida con los pueblos hermanos de América del Sur, con los pueblos hermanos de América Latina. Eso pasa por construir una patria más libre, más soberana, más equitativa, más democrática.

[fuente]
http://www.lainsignia.org/2007/junio/econ_001.htm

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