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¿Moratoria petrolera?

Javier Ponce

Diario El Universo, edición digital

Guayaquil, 25 de abril de 2007

Alberto Acosta ha propuesto intentar un giro sin precedentes en la política petrolera: dejar sepultados en tierra los cientos de miles de barriles de petróleo de los yacimientos existentes en el parque nacional Yasuní. Aquello sería posible, si gobiernos del Norte y organizaciones ecologistas internacionales entregan como compensación al Ecuador el cincuenta por ciento de lo que producirían los campos ITT en los próximos diez años, en caso de ser explotados.

No conozco de propuestas de este tenor en otra región.

¿Es un sueño? No necesariamente, si se tiene en cuenta el enorme valor simbólico que podría tener en el mundo un paso de esta naturaleza, en pleno clímax de la amenaza del calentamiento global. El mecanismo consistiría en la emisión de bonos puestos a la venta y en los que el Ecuador se compromete a respetar la zona del ITT en el futuro. Sería una primera medida concreta, en la que las sociedades del Norte reconozcan a un país amazónico en su esfuerzo por conservar un espacio de biodiversidad.

De cumplirse, no solo cambiaría el rostro de la lucha contra la depredación de la Amazonía a nivel regional, sino que sembraría el primer ejemplo de lo que puede ser una concepción distinta del desarrollo que no esté sustentada en la simple y voraz acumulación de capital.

Si se trata de un sueño, es uno alimentado desde hace más de una década por nacionalidades amazónicas que han hablado de luchar por una moratoria petrolera, por salvar de la extinción lo que resta del bosque amazónico ecuatoriano; particularmente de una zona que es territorio de tres pueblos ocultos, tres grupos humanos que viven voluntariamente aislados: Tagaeri, Taromenane y Oñamenane; y que reúne la mayor biodiversidad del planeta.

Por otra parte, la propuesta de Acosta nos obliga a una reflexión que subyace en la conciencia del país: es necesario salir de la dependencia petrolera. Nos obliga a mirar al Ecuador por más allá del espejismo petrolero, a revisar las cifras que hablan de un dramático deterioro de todas las actividades productivas maquillado por los dólares provenientes del petróleo, y a poner en la balanza lo que ha significado en provecho nuestro una actividad que deja las mayores ganancias en manos de las transnacionales y cuyo impacto negativo sobre el medio ambiente es tal vez superior al beneficio.

Se trata de una propuesta que nos permite pensar en la posibilidad de construir una relación menos agresiva con la región y su biodiversidad, una relación que se contagie de la armonía de la región.

La Amazonía ecuatoriana reúne dos catástrofes: la catástrofe humana que viven sus poblaciones, con nacionalidades en vías de desaparición y una pobreza que afectaba a inicios de la década al setenta por ciento de la población; y la catástrofe ambiental, con un treinta por ciento del bosque original totalmente devastado.

La ambición por controlar la riqueza amazónica no ha tenido límites a través de la historia, desde los años sangrientos del caucho hasta las intenciones por hacerse con sus fuentes de agua dulce. Por eso, una decisión que representa la voluntad política de definir el futuro de la Amazonía, es un hecho inédito y valiente.

[fuente]
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