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Colombia-Ecuador: Una nueva etapa en su relación

Socorro Ramírez

Actualidad Colombiana, #450

23 de abril de 2007

A nivel diplomático, Colombia y Ecuador han vivido tres etapas claramente diferenciadas:

Una primera, más bien rutinaria y centrada en la fijación de los límites terrestres, que se alcanza en 1916 -y marítimos en 1975-. Aunque los dos países han compartido poblaciones indígenas y afrodescendientes, y aunque buena parte del resto de pobladores fronterizos ha tenido a ambos lados de la frontera estrechos nexos sociales y económicos, la relación era manejada sólo por Bogotá y Quito. A los centros políticos nacionales les bastaba con la exaltación de factores geográficos, culturales e históricos para mostrar una buena vecindad.

En una segunda etapa la relación binacional se hizo más compleja con la conformaron de la primera Zona de Integración Fronteriza (ZIF) andina. Por la dinámica de los intercambios económicos y la vinculación de los intereses fronterizos ya no bastaba con episódicos encuentros diplomáticos sino que era necesario construir mecanismos para hacerle frente a una agenda que se diversificaba. Por eso, desde 1989, los dos gobiernos conformaron las comisiones de vecindad a las que se vincularon agentes económicos y fronterizos. El comercio creció volviendo a un país socio central del otro, pero no generó un motor de desarrollo que tradujera la ZIF en integración transfronteriza; tampoco generó mayor capacidad binacional de manejo de los asuntos transfronterizos comunes. Con todo, las interdependencias económicas fronterizas y binacionales acrecentadas presionaron por la redefinición de la ZIF, lo que se alcanzó a finales de 2002, cuando ya se estaba en una etapa más difícil de la relación.

La tercera etapa empieza a incubarse a fines de los años noventa cuando se agudiza el conflicto colombiano, en particular en esa frontera, lo que se traduce en efectos sobre Ecuador: hostigamiento a la población mediante secuestros, extorsiones y presiones, traspaso de la frontera, desplazamientos de población, daño ambiental por los cultivos ilícitos, los desechos químicos del procesamiento de coca y luego por las fumigaciones. A su vez, desde Ecuador se han generado interacciones con dinámicas transnacionales que alimentan la economía y logística de la confrontación: tránsito y lavado de dineros de las drogas, contrabandos de explosivos, municiones y armas, abastecimiento alimenticio y logístico de grupos irregulares.

Predominio de miradas nacionales a problemas transfronterizos

Las cuestiones de seguridad fueron entonces reemplazando los temas comerciales y la política de vecindad fue recibiendo una sobredeterminación de las situaciones internas de cada país y de dinámicas regionales, hemisféricas y globales.

Desde Colombia la centralidad del conflicto armado en la política exterior ha llevado a los últimos gobiernos a creer que bastaba pedirles a los países colindantes que actuaran conforme a las prioridades colombianas, pero los vecinos empezaban a tener otra mirada del asunto y a reaccionar contra el involucramiento estadounidense en la confrontación colombiana. En Ecuador, en medio de la convulsión social, los recurrentes cambios de gobierno y la inestabilidad institucional, la relación con Colombia se fue convirtiendo en un tema crucial del debate interno, de la movilización social y política, como se vio en la campaña por la convocatoria de la asamblea constituyente. La otra dimensión de sobredeterminación de la política de vecindad se deriva de la presencia de Estados Unidos que a través del Plan Colombia y de la Iniciativa Regional Andina trata tanto de imponer su propia mirada de la problemática subregional, como de avanzar en el interés de ampliar su perímetro de seguridad del Caribe hacia los Andes. Para ello aprovecha el conflicto colombiano, así como la convulsión social, la inestabilidad política, la fragilidad institucional y los desacuerdos entre los vecinos andinos.

En ese contexto de presión estadounidense y de transiciones políticas en Suramérica -desde comienzos de los años dos mil- crecieron entonces las tensiones entre los gobiernos de Colombia y Ecuador y las percepciones negativas de distintos sectores en ambos países acerca de su vecino. No ha habido un manejo cooperativo de los efectos del conflicto colombiano ni de las interacciones ecuatorianas con dicha confrontación y, en cambio, se han reforzado los estereotipos simplificadores de las complejas situaciones que vive cada país. Para los ecuatorianos el problema se reduce a una maniobra de Estados Unidos, para los colombianos a la inestabilidad política de Ecuador. Ese desconocimiento mutuo ha dificultado el que cada una de las partes se abra a la comprensión de las necesidades del vecino y esté dispuesta a buscar acuerdos para abordar asuntos transfronterizos en los que ambos países están implicados, los cuales no pueden manejarse con una mirada meramente nacional. Y los mecanismos binacionales no han tenido la fortaleza para procesar los desacuerdos y reequilibrar una agenda que quedó sobredeterminada por los imperativos internos de cada país y hemisféricos de Estados Unidos.

Intentos fallidos de acercamiento

El 7 de diciembre de 2005 hubo un prometedor acuerdo entre los cancilleres de los dos países. El gobierno colombiano aceptó suspender las fumigaciones aéreas 10 km cerca de la línea fronteriza. El gobierno ecuatoriano reforzó allí la vigilancia, los decomisos de gasolina blanca, droga, atún, explosivos, municiones, armas, etc., que nutren a los grupos irregulares colombianos. Así, los dos países lograron superar los desencuentros, poner en funcionamiento diez mecanismos vecinales y definir una agenda amplia y diversa. Desde las zonas fronterizas y desde las comisiones de vecindad surgieron iniciativas para continuar con la agenda de desarrollo e integración y evitar la securitización de las relaciones binacionales. Es el caso del ámbito andino, cuyas autoridades avanzaron en 2006 en una planificación conjunta del desarrollo transfronterizo que involucra metas, prioridades, cronogramas y coordinación compartidos entre Nariño y el Carchi. El 2006, un año de estrecha vecindad, se cerró con la reanudación de las fumigaciones y el total rechazo ecuatoriano.

El nuevo desencuentro se dio en medio de las tensiones al interior de Ecuador en la transición entre el gobierno saliente de Alfredo Palacio y el entrante de Rafael Correa. En enero de 2007, en la posesión del presidente de Nicaragua, hubo un nuevo intento de reacercamiento entre el presidente electo Correa y el presidente reelecto Uribe quienes se manifestaron dispuestos, el uno, a informar cuándo se propone fumigar, y el otro, a inspeccionar los resultados; y ambos acordaron poner en marcha una comisión y un estudio sobre los efectos del glifosato. El acuerdo fue cuestionado como un retroceso por el canciller saliente y por sectores de la opinión ecuatoriana. El embajador de Ecuador en Colombia fue llamado a consultas -que en mayo de 2007 completan seis meses-, medida diplomática que no había tomado Ecuador ni siquiera en los momentos más álgidos de la guerra con Perú. Ante la ausencia de canales de diálogo, la diplomacia del micrófono ha tomado lugar. El canciller colombiano dijo que desde que ocupaba ese puesto no había sentido sino hostilidad y quejas de parte de Ecuador, y el presidente Correa en medio de la campaña por la convocatoria a la Constituyente anunció que las vías diplomáticas con Colombia estaban agotadas y no toleraría más sus agresiones.

Retos de la convivencia

Así funcione la comisión sobre el glifosato, esa no puede ser la única salida. Se trata de un problema en el que priman las incertidumbres y las posiciones encontradas entre los dos países. Para que ese tema avance y se desglifosatice la relación es necesario que los dos gobiernos den señales de comprensión de la problemática de su vecino y de disposición para concretar acuerdos.

Colombia debe reconocer los esfuerzos que Ecuador ha hecho en los últimos años para enfrentar la parte de responsabilidad que le cabe en el manejo de asuntos de seguridad transfronteriza; esfuerzos insuficientes para la magnitud del problema, pero significativos para las posibilidades de un país pequeño, que además, mira con otros ojos los asuntos de seguridad. Colombia debe aprovechar el cambio político en Estados Unidos para buscar alternativas a las fumigaciones que no resuelven el problema sino que lo trasladan, criminalizan a los cultivadores y a las poblaciones vulnerables situadas en esas zonas, desarticula las organizaciones comunitarias que son la base de alternativas lícitas y del tejido social en zonas abandonadas por el Estado, y enajenan la voluntad de vecinos como Ecuador.

Por su parte, Ecuador tiene que reconocer que su país no sólo es víctima del conflicto colindante, sino también, de alguna manera, actor indirecto, y que en consecuencia debe evitar el uso político de las divergencias entre los dos países, pues es histórico el daño a una relación entre vecinos de siempre. Debe aceptar que los costos del desentendimiento están siendo pagados por las poblaciones fronterizas y la ausencia de acuerdo binacional está siendo aprovechado por redes ligadas a la economías ilegales. Ojalá el Plan Ecuador anunciado se traduzca en una oportunidad para que un pronto y sólido reencuentro consolide el plan de desarrollo de la ZIF.

Ambos gobiernos deberían aprovechar la ocasión para identificar las interdependencias positivas y negativas en materia de desarrollo y seguridad, para establecer las diferencias que los separan y acordar formas de tramitación en un marco de responsabilidades, corresponsabilidades y compromisos concretos y operacionalizables. Es indispensable, además, un mejoramiento de las condiciones institucionales y un incremento de la voluntad política para manejar asuntos transfronterizos que escapan al control de un solo país.

Las divergentes percepciones y pretensiones deben ser miradas desde el entrecruzamiento de relaciones de los dos pueblos, que son la base de un rico tejido de proyectos y acciones comunes, tanto en la región fronteriza como a nivel binacional, y de su proyección hemisférica y hacia otros continentes. Para que eso ocurra es indispensable un mejor conocimiento mutuo de la situación interna de cada lado. Por fortuna, académicos de diez y ocho universidades de los dos países han comenzado un fructífero proceso de discusión cuyos primeros diez talleres binacionales se materializan en el libro Colombia-Ecuador: cercanos y distantes, publicado en abril de 2007 por el IEPRI de la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito.

[fuente]
http://www.actualidadcolombiana.org/boletin.shtml?x=2123

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