Quito, 5 de abril de 2007
En esta misma columna he sido de la opinión de que nuestras FF.AA. aparte de sus funciones tradicionales, defensa del territorio y soberanía sobre el espacio geográfico que nos queda, estaban llamadas a participar en importantes acciones relacionadas con nuestro desarrollo y en lo que para mí era básico y fundamental: la defensa del patrimonio nacional, en el que se incluyen los recursos hídricos, los bosques tropicales, los preciosos manglares (prodigio de la naturaleza), su flora y su fauna. Se daba, pues, una notable coincidencia con la decisión del actual Gobierno. Según declaraciones de la ministra de Defensa, Lorena Escudero el Plan Ecuador es de paz y desarrollo, y a las FF.AA. les corresponde ser cogestoras de tales objetivos.
Como nos ha ocurrido siempre, han sido nuestros conflictos con los vecinos del norte y del sur venas abiertas por las que nos hemos desangrado: enormes recursos económicos que debieron invertirse en salud, educación y desarrollo fueron destinados a adquirir armas que nos permitieran defendernos. Una suerte de maldición que no concluye: esa maldita guerra entre colombianos al momento nos supone hacer esfuerzos supremos para no vernos involucrados en un conflicto que se mantiene por más de 50 años y bien puede ser la demostración de que, tratándose de sangre y odios, los vecinos del norte no tienen límites ni llegan a hartarse.
Quitándonos el pan de la boca, desviando recursos indispensables para nuestro crecimiento y desarrollo, el Estado ecuatoriano se ve obligado a mantener 8.000 soldados en la frontera con Colombia, dispuestos a oponerse a que seamos invadidos tanto por los guerrilleros de las FARC como por el Ejército colombiano. No podemos actuar de otra manera, y tal actitud no se compadece con lo que esperaban del pequeño Ecuador los estrategas estadounidenses y colombianos.
La frontera norte es larga, cruza la selva y los pasos perdidos son numerosos. Las patrullas ecuatorianas no tienen reposo. Como hongos surgen campamentos de las FARC en nuestro territorio a los cuales tenemos que desmantelar. Movilizarnos en la selva nos va desgastando. Hacen falta cada vez más recursos. A los soldaditos ecuatorianos hay que reabastecerles de carpas, mochilas y uniformes; nuestros aviones de reconocimiento comienzan a carecer de combustible. La maldición tiene otras implicaciones: cientos y miles de campesinos colombianos aterrorizados y hambrientos pasan a nuestro territorio, constituyéndose en una fuerza de presión demográfica que nos vemos en la obligación de encarar con nuestras escasas posibilidades. Para colmo, soldados colombianos nos invaden en acciones punitivas que dejan muertos ecuatorianos. En tales circunstancias, el Canciller colombiano se queja amargamente del sentimiento de hostilidad que ha percibido entre nosotros. ¡Vaya descaro!
Al paso que vamos, muy distante está el sueño y la determinación de que las FF.AA. intervengan en los programas de desarrollo en los que se halla empeñado el gobierno de Correa. Ya es tiempo de que intervenga la ONU y envíe cascos azules a la frontera entre Ecuador y Colombia. La maldita guerra civil colombiana tiene una víctima inocente: nuestro país.
[fuente]
http://elcomercio.terra.com.ec/noticiaEC.asp?id_noticia=102739&id_seccion=1
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