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Oppenheimer, periodista espanta pueblos

Alberto Acosta

La Insignia

Quito, 30 de agosto de 2006

Andrés Oppenheimer, argentino radicado en Miami, comentaba el reciente debate entre los candidatos presidenciales, organizado para contratar al gerente general del Ecuador. Él fungió de moderador, invitado por la Cámara de Comercio de Guayaquil, uno de los mayores centros de poder político; y en esa calidad, le cupo presentar una batería de preguntas sesgadas desde la visión ideológica del capital.

Las respuestas, sobre todo las vinculadas a la necesidad de introducir mecanismos democráticos que permitan la revocatoria del mandato sin remezones traumáticos como los experimentados desde 1997, le llevaron a escribir, muy suelto de huesos, que los candidatos no han aprendido ninguna lección del caos político crónico del país. Su preocupación no surge por la democracia. Para nada. Su angustia se nutre porque esta inestabilidad contribuiría a espantar los inversiones.

En su mensaje, que idealiza a la inversión extranjera, se da por sentado que ésta robustece la capacidad productiva y que aporta no sólo con recursos financieros, sino que contribuye con tecnología y mercados. Sin ella el retraso y la pobreza aumentarán. Lo obvio, entonces, es organizar la economía, la sociedad e incluso la vida política para alentar y beneficiar dicha inversión. Hay que competir por ella, reza su conclusión.

Dejando de lado lo que ignora Oppenheimer de la realidad ecuatoriana y el servilismo de la Cámara de Comercio, lo cierto es que detrás de este planteamiento de economicismo extremo está el cordón umbilical que une a las empresas transnacionales con sus socios locales. El desarrollo no cuenta, priman sus negocios. Oppenheimer y sus devotos ocultan los alcances de dichas inversiones. Él, por lo demás -esto para ubicar al personaje- no se caracteriza por su imparcialidad periodística: recuérdese, a modo de botón de muestra, su crítica a la rebelión boliviana del 2003, sustentada exclusivamente en las opiniones del ex-embajador estadounidense, del editor de la revista Newsweek, de un sociólogo cubanoamericano y del mismísimo depuesto presidente: Gonzalo Sánchez de Lozada (a quien en Ecuador, en el tornasiglo, las cámaras de la producción le presentaron como el gran campeón de las reformas pro capital).

Oppenheimer, empeñado en espantar a la gente para que no busque alternativas al neoliberalismo, debería saber que la inversión extranjera no va a países económicamente deprimidos como el Ecuador y que nunca ha sido el motor del desarrollo. Con demasiada frecuencia su aporte de capital es limitado. Su contribución en la generación de empleo es pobre, tanto como el acceso a nuevos mercados. La tecnología que traen no siempre es de punta y menos aún accesible al resto del aparato productivo. Y en más de una ocasión, dicha inversión ha depredado la naturaleza e incluso la misma democracia, pues forma parte de la mano invisible en el Estado: véase el papel de las empresas petroleras en el Ecuador.

[fuente]
http://www.lainsignia.org/2006/agosto/ibe_061.htm

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