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Alianza País y movimiento indígena: el verdadero papel del condottiero

Pablo Dávalos

Quito, 29 de junio de 2006

Las elecciones: tiempo de dudas y paradojas; de contradicciones y desaciertos; de incertidumbres y fragmentaciones; de oportunismos y demagogia; de verbo fácil y promesas imposibles. Como si la política se viviese solamente en el tiempo electoral, el sistema político abre lentamente sus aduanas para que la sociedad, con todos sus conflictos, pueda dirimir en ese breve tiempo las formas por las que se redistribuirá el poder. Una vez tomada la decisión, el sistema político obstruye sus fronteras y se encierra sobre sí mismo clausurando la política, y separando a la sociedad de las decisiones que la afectan.

Es en ese tiempo, en el que se desnudan los vicios y virtudes de la izquierda ecuatoriana. Así, la izquierda que, menos teóricamente, quiere cambiar al mundo, modestamente adecua sus discursos y sus pretensiones y se resigna solamente a hacer un buen papel en las elecciones. Si puede ganar, qué mejor, pero si mantiene su registro electoral respetando los mínimos establecidos, al menos puede respirar aliviada hasta la próxima elección.

Esta antítesis entre los contenidos supuestamente universales y emancipatorios de su discurso, y su práctica política centrada en la sobrevivencia dentro del sistema político, cediendo su proyecto libertario por la adscripción al sistema político liberal, se ha convertido en la contradicción de una izquierda cada vez más débil y más fragmentada.

Es por ello, que en cada periodo electoral surgen, como recursos de última instancia, los caudillos que están dispuestos a salvarla y llevarla de la mano por los difíciles meandros del sistema político y de las elecciones. Como una recurrencia en sus propios errores e incapacidad para aprender de las experiencias propias, se ha presentado en esta ocasión, el nombre de Rafael Correa, como antaño lo constituyó Lucio Gutiérrez, y antes de él, Freddy Ehlers, Frank Vargas Pazzos ... entonces, las cuestiones son: ¿porqué la izquierda ecuatoriana, a pesar de que la experiencia le ha enseñado los costos del oportunismo, sigue apostando a que cualquier * condottiero* pueda utilizarla y a la postre fragmentarla y desgastarla profundamente? ¿Porqué no puede constituirse en una opción de cambio para el país desde sí misma? ¿Porqué no cree en sus propias posibilidades? ¿Porqué no cree en su propio discurso?

La debilidad de la izquierda ecuatoriana obedece tanto a su falta de vinculación y compromiso con los sectores populares, cuanto a las falencias de su propio discurso e incapacidad de interpretar al país. Los sectores populares que más han sido castigados por el modelo neoliberal, y que supuestamente debían adscribir a la izquierda, precisamente por esa incapacidad de la izquierda por generar formas organizativas y discursos atrayentes para esos sectores, ahora constituyen el entramado social del populismo de derecha.

De otra parte, la clase obrera no pudo defenderse de la agresión neoliberal, y ahora está más debilitada que nunca. Las nuevas leyes de intermediación y tercerización laboral, la han liquidado social y políticamente, sin que la izquierda haya convocado a la más mínima marcha, asamblea o, al menos, una rueda de prensa, para oponerse a estas leyes y defender a los trabajadores, que son el *sustratum* tanto de su discurso cuanto de su práctica emancipatoria.

La producción teórica de la izquierda ecuatoriana es débil; en efecto, no existe ni debate, ni discusión, ni autocrítica. Autárquica y autista, autosuficiente y engañándose a sí misma, creyendo que su verdad es la única verdad, la izquierda se fagocita a sí misma: se divide y subdivide *ad infinitum*. A estas prácticas de fagocitación se añade la pérdida de radicalidad de su discurso. De hecho, los temas que la izquierda debate actualmente son aquellos que han sido propuestos desde la derecha liberal: gobernabilidad, estabilidad fiscal, globalización, descentralización, seguridad, competitividad, reforma estructural, poderes locales, gobierno local, participación ciudadana, lucha contra la corrupción, desarrollo humano, mitigación de la pobreza, etc. Ha olvidado de manera conveniente aquellas categorías que eran el fulcrum de sus posibilidades hermenéuticas y transformadoras: lucha de clases, imperialismo, burguesía, revolución, emancipación, capital, proletariado, etc.

Asimismo, la izquierda, ha olvidado el escenario de las luchas en los sectores sociales, y en vez de disputar la organización de estos sectores sociales a la derecha, solamente emerge en contextos electorales y siempre cediendo posiciones. En el Congreso Nacional, sus diputados nunca han hecho un bloque orgánico ni han actuado en función de una convergencia programática. Los intereses particulares de cada partido de izquierda han predominado por sobre las consideraciones de largo plazo y a la larga le han hecho el juego a la derecha.

Hemos visto cómo diputados de la izquierda ecuatoriana le hacían el juego al grupo financiero Isaías, acusando al grupo financiero Diners, los hemos visto votando por los cuadros de la derecha para puestos claves como el ombudsman, los hemos visto negociando posiciones de poder, los hemos visto protegiendo a la derecha incluso de las movilizaciones sociales. Muchos de los teóricos de la izquierda ecuatoriana, ahora son consultores del BID, del Banco Mundial, de ONGs de desarrollo, y han cambiado su discurso radical por el desarrollismo neoliberal, y, en un gesto que releva de una razón cínica, siguen creyéndose de izquierda, y la propia izquierda los invita a participar en sus espacios.

Este es el escenario en el que ante las elecciones, la izquierda apuesta por su propia sobrevivencia en el sistema político. Como si su racionalidad política le fuese dada por ese sistema político. Como si su validación histórica dependiese de las prerrogativas que el sistema político le puede dar. Como si su proyecto histórico no tenga otra clave que aquella del liberalismo. Como si la validación electoral fuese más importante que su validación social y organizativa. Por ello, ha confundido los fines con los medios. Piensa que ahora ganar una elección es *conditio sine que non* para acceder al poder. Confunde el acceso al gobierno con las relaciones de poder. Piensan que es posible cambiar las relaciones de poder oligárquicas desde el mismo sistema político liberal. Como si el liberalismo fuese una posibilidad de emancipación, y no una ideología legitimadora del capitalismo.

Es por ello que en los momentos electorales apuestan por las figuras que les permitan si no ganar las elecciones al menos cumplir con los mínimos electorales. Y así, hasta la siguiente elección. Por ello, el territorio de la izquierda se convierte en pasto para el oportunismo. Siempre esperando la figura que contribuya a superar el impasse y el marasmo. Siempre con una vocación por el caudillo que la apadrine y que la lleve de la mano a ganar las elecciones. Siempre disputándose a dentelladas los mínimos espacios de poder de la representación liberal, como si figurar en un puesto a diputado o a concejal fuesen efectivamente valiosos para su proyecto utópico de emancipación social.

Quizá por ello, no sea sorprendente el fenómeno de Rafael Correa dentro de la izquierda ecuatoriana. Con un discurso más bien liberal demócrata, sin ninguna participación ni experiencia en ningún proceso social, organizativo y político de la izquierda, preso de ambigüedades inquietantes, pero con ese discreto encanto que tanto gusta al sistema político por las figuras ambiguas y a la larga políticamente correctas, ciertos sectores de la izquierda ecuatoriana han sucumbido a los cantos de sirena del propio sistema político y de la figura del candidato.

Lo que en sí no está mal y, en definitiva, es ya moneda corriente dentro de la izquierda ecuatoriana, ya lo han hecho algunas veces y probablemente lo harán en el futuro. Pero lo que sí está mal y es imperdonable, es que esta izquierda sirva de corifeo para los afanes de destrucción y fragmentación al movimiento indígena ecuatoriano que se están haciendo desde esta candidatura. Porque el movimiento indígena ecuatoriano representa la reserva moral de la izquierda y de la utopía, no solo para el país sino para el mundo.

Romper al movimiento indígena con el pretexto de cualquier cálculo electoral, representa la mejor jugada del poder, y no solo de ese poder oligárquico y neoliberal de nuestro pequeño país, sino del verdadero poder, de ese que está en el centro del mundo y no duda un instante en bombardear democráticamente a un país para robarse su petróleo.

La estrategia de dividir, fragmentar, cuestionar la legitimidad del movimiento indígena, que de hecho ya fue una política de Estado de Lucio Gutiérrez, con la complicidad de muchos sectores políticos y el silencio de la izquierda, ahora se presenta como recurso electoral desde la campaña de Rafael Correa, y de Alianza País, y la izquierda que lo acompaña.

La izquierda que sigue a Correa está haciendo su más sórdido papel en su historia, al acompañar esa estrategia de destrucción al movimiento indígena; se está convirtiendo en cómplice de la fragmentación al movimiento indígena, su supuesto aliado histórico. Es probable que para justificarse diga que el movimiento indígena ya está dividido y fragmentado desde su aventura con Lucio Gutiérrez, pero calla convenientemente que fue el movimiento indígena el que derrotó al TLC y que provocó la salida de la empresa Oxy. Si hubiese estado debilitado, las movilizaciones que derrotaron al TLC no habrían tenido lugar. Por ello, debilitarlo ahora es una cuestión clave para rearticular al neoliberalismo y al poder, sobre todo si las elecciones generan efectos no deseados.

Triste papel el de la izquierda ecuatoriana que acompaña a Alianza País. En el caso de Rafael Correa, su figura en términos políticos se entiende, es tan intrascendente y, de lo que hemos visto, su comprensión de la política es tan limitada, que ni siquiera tendrá conciencia del verdadero rol que está jugando. Luego de las elecciones, y gracias a esa izquierda cómplice, se habrá logrado uno de los propósitos caros al poder: debilitar y fragmentar a sus verdaderos enemigos, el movimiento indígena, y los movimientos sociales a los que convoca.

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