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El torpedo que hundió el Titanic del TLC y salvó a los arroceros

Pedro López Juiz
(Presidente de la Asociación Riosense de Arroceros y Soyeros)

Quito, 27 de abril de 2006

A nosotros los arroceros ecuatorianos ya nos tenían vendidos. Éramos parte del perverso proceso del toma-y-daca, del quid pro quo, por medio del cual íbamos a ser entregados a los romanos del siglo XXI a ser sacrificados en la nueva Cruz llamada Libre Comercio. Éramos la carnada, junto con el maíz, la soya, la carne, lácteos, propiedad intelectual, el petróleo, y el agua, que ciertos miserables negociadores ecuatorianos (que se deben a la industria exportadora más que nada) ponían en el anzuelo para atraer al gran pez imperial. Por supuesto, nos engañaban infamemente, haciéndonos pensar que ellos los negociadores iban a defender incansablemente nuestras líneas rojas (que no fueron escogidas por arroceros auténticos sino por "chuchumecos" de estos Judas), cuando en verdad dichos traidores sabían perfectamente bien lo que quería e imponía Tío Sam: una desgravación total a doce años máximo (todo producto tiene que llegar a cero arancel, dice la Roma Imperial moderna, menos lo que EE.UU. determine como el azúcar) con un contingente del 5% del consumo nacional, es decir, de 28,000 a 30,000 TM por año. Con esa desgravación y ese contingente, nuestro sector caía en cuidado intensivo en un año o dos y era prácticamente emasculado y sepultado a los tres.

Los casos de México, Honduras y Haití muestran cuán sensible y vulnerable es el arroz para nuestros países de América Latina y cuán nefasto efecto tiene la importación del arroz estadounidense a los mismos. De 30,000 productores de arroz que habían en México antes del TLCAN (el TLC entre México, Estados Unidos, y Canadá), hoy quedan sólo 5,200 arroceros. Antes del TLCAN existían 250,000 hectáreas sembradas de arroz; después de 10 años de ese injusto tratado, sobrevivían apenas 70,000 hectáreas. Hoy por hoy el 85% del arroz consumido en México proviene de EE.UU. Sin embargo, estas importaciones masivas de arroz del Coloso del Norte (que ascendieron desde 250,000 TM en 1993 a 800,000 TM diez años después) no ayudaron en nada a detener en México la estrepitosa trepada de un 257% del costo de la canasta básica.

Todo esto fue el resultado de un TLC, pero el caso de Honduras no necesitó de un Tratado de Libre Comercio para llegar a las mismas consecuencias que México. Se requirió sólo que un gobierno apátrida redujera los aranceles al arroz gringo para que el país se inundara del mismo y quebrara a miles de arroceros hondureños, la mayor parte de ellos, como siempre en estos barbáricos procesos, pequeños y medianos productores.

En el año 1991 Honduras sufrió una sequía que afectó la cosecha nacional del arroz, y brusca y apresuradamente el gobierno de ese país decidió reducir el arancel a las importaciones de arroz para cubrir el supuesto déficit. Esta medida ocasionó que en pocos meses se importara una cantidad de arroz equivalente al consumo nacional anual, de tal manera que cuando entró la próxima cosecha los productores arroceros carecían de mercado al cual vender su grano, puesto que los industriales estaban repletos de la gramínea importada del Norte. Este fenómeno, conocido en Honduras como el arrozazo y combinado con otro similar ocurrido en el año 1998 cuando el Huracán Mitch arrasó por el país y Honduras recibió ayuda alimentaria de EE.UU., incluyendo arroz, devastó el sector arrocero, causando que la producción del grano desde 1991 a 2002 se redujera un 86% y que el número de productores cayera de 25,000 a menos de 2,000, mientras que el relacionado número de empleos directos e indirectos pasaba de 150,000 a 11,200. Cuando en 1989 se habían importado 5,000 TM, en 2002 Honduras importó 145,441 toneladas de arroz estadounidenses, equivalente al 95% del consumo nacional—lo cual significa que el gasto de las importaciones de arroz se incrementó de 1 millón a más de 20 millones de dólares anuales. No obstante la competencia desleal del arroz de EE.UU. que emana de las medidas de dumping de dicho país, el precio del arroz al consumidor en Honduras ha subido en términos reales un 12% en un período de 10 años.

El caso del arroz haitiano es tan pavoroso como el hondureño. En este tercer ejemplo, también se evidencia la mano de EE.UU. manipulando las cuerdas detrás del telón para facilitar el cierre del último acto de la obra de un país arrocero. Dos décadas atrás, Haití era casi autosuficiente en arroz. Pero en el año 1986 por las exigencias perversas de los prestamistas internacionales, incluyendo el Fondo Monetario Internacional, Haití abrió su mercado arrocero a EE.UU. Es decir, el gobierno militar haitiano de ese entonces aceptó préstamos internacionales a cambio de la apertura del jugoso sector de ese grano. El resultado inmediato fue que la producción de la gramínea se redujera en un 50% mientras que las importaciones de arroz estadounidense se multiplicaran por un factor de 50. Los primeros embarques de arroz procedentes del país del Norte tuvieron que ser escoltados por el ejército armado nacional para poder llegar a sus destinos locales sin ser atacados por los iracundos arroceros nativos. En 1994 las barreras proteccionistas a favor del grano fueron reducidas aún más, de un arancel de 35% a uno de 3%, el más bajo en la región (comparativamente, la República Dominicana mantenía un arancel de 40% en aquel entonces), cuando el derrocado ex-Presidente Jean-Bertrand Aristide negoció su retorno al poder basado, entre otras cosas, en una mayor apertura al arroz estadounidense. El desenlace de esta serie de claudicaciones comerciales es que hoy por hoy el 75% del arroz consumido en Haití provenga de EE.UU., y colateralmente que, de un país con una población de 8 millones de habitantes, haya emigrado un millón de ciudadanos a tierras norteamericanas.

Nosotros arroceros ecuatorianos ya éramos arrastrados por el equipo negociador, aupado por el poder económico industrial y agro-exportador del país, hacia una Vía Crucis similar a las de los países mencionados, cuando un milagro ocurrió. El 29 de marzo de 2006, cuando la Última Ronda o Ronda XIV estaba en plena vigencia, la Ley de Hidrocarburos, forjado por el Presidente Alfredo Palacio y el Ministro de Economía Diego Borja, fue aprobada por el congreso nacional, el cual reformó la misma, cambiando la repartición de las ganancias del petróleo extraordinarias de 50%-50% a 60%-40% (60 para el estado ecuatoriano, 40 para las petroleras). Al día siguiente cuando bajé de mi habitación en el hotel Washington Plaza a desayunar, un delegado a la Ronda por el sector industrial de aceites oleaginosos, Jorge Troya, se me acercó y lamentó: "Oye, viejo, se cayó el TLC." Controlando mis emociones de euforia, pregunté: "Y ¿cómo así?" "La Ley de Hidrocarburos, viejo," balbuceó. Como nunca me ha gustado hacer leña de árbol caído, respondí hipócritamente, "¡Qué pena!" Y deje a Jorge en el lobby sacudiendo su cabeza desconcertada y tristemente.

Esa noche 30 de marzo, sin embargo, en la Reunión Informativa que el equipo negociador realizaba todas las noches en algún salón del hotel aludido, Manuel Chiriboga arrancó el evento con una gran sorpresa. "Hoy la reunión fue absolutamente regular," dijo textualmente. No lo podía creer. O mi amigo Jorge Troya se había equivocado bárbaramente o el Jefe Negociador ecuatoriano era un payaso mendaz. Al día siguiente se constató la verdad. Jorge Troya había dado en el blanco.

El viernes por la noche el pequeño grupo opuesto al TLC se fue a cenar en un restaurante chino con uno de los negociadores oficiales del gobierno. A diferencia de los otros negociadores, Santiago Díaz no representaba al poder económico sino al CONESUP (Consejo Nacional de Educación Superior) y mantenía, junto con Vinicio Baquero (presidente del CONESUP), una línea vertical, patriótica y soberana dentro del proceso negociador. Esa noche nos quedamos espeluznados cuando Santiago nos contó cuán despóticamente se habían comportado los negociadores estadounidenses frente a sus homólogos ecuatorianos al haberse enterado de la Ley de Hidrocarburos.

"O derogan esa ley o ¡no hay TLC!" vociferaron los gringos enardecidos. "¡Afuera están nuestras petroleras que ponen el grito en el cielo y nos reclaman! Búsquense una buena discoteca donde bailar esta noche, porque mañana no tienen nada que hacer."

"Santiago, entonces la Ley de Hidrocarburos," comenté yo, "fue el torpedo que impactó en el corazón de este fatídico Titanic, donde nos habían montado a todos nosotros y al Ecuador a la fuerza."

Santiago se sonrió. "Pegó cuando menos se lo esperaba, y por donde menos se lo esperaba, la Mesa de Servicios, que nosotros de CONESUP prevenimos, a base de amenazas de denunciar a Chiriboga, que se cerrara indebidamente cuando él se apresuraba a hacerlo puesto que esa mesa contiene asuntos trascendentales como recursos naturales, incluyendo hidrocarburos."

Con un profundo sabor a victoria en nuestras almas, nuestro grupo rebelde caminó las nocturnas calles de Washington de regreso al hotel. Todos nos sentíamos invencibles aun estando en el epicentro del poderío político y económico mundial. "¡Sí se puede!" estoy seguro que cada uno de nosotros rugía por dentro.

Esa noche fue una de las más felices de mi vida.

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