Napo, 24 de marzo de 2006
Y la lluvia no dejaba de caer. Habíamos salido a recorrer por los senderos de la finca.
Mientras yo sentía que me había mojado hasta el corazón, mi abuelo procedía a cortar hojas de pambil y construir un techo para descansar Mi abuelo me hace una seña para que buscara y trajera algo de leña seca. Regreso con algo de esfuerzo y enseguida él forma una hoguera. Nos sentamos a esperar que dejara de llover. Parecía que la lluvia no pararía nunca.
Como era costumbre, en estas ocasiones, mi abuelo comienza a hablarme como si supiera mis inquietudes e incertidumbres en lo más profundo de mi mente y de mi corazón.
Mi abuelo comienza a decirme que "así como esta lluvia, aunque la noche sea la más oscura, la más tormentosa, la más larga, amanecerá". Continúa diciendo que: "en los inicios del tiempo sólo había noche. Era un largo techo de sombra el cielo y era triste el canto de los hombres y mujeres".
Las palabras de mi abuelo nos recuerda la memoria de sus mayores donde los dioses siempre sacaban acuerdo para hacer los trabajos, y así aprendieron a hacer nuestros mayores y así aprendimos nosotros.
Pero mi abuelo también me recuerda que esa noche, esa oscuridad continuaba siendo oscuridad porque no todos y todas aprendimos de nuestros mayores y de nuestros dioses. "Todos quieren dar órdenes pero nadie quiere obedecerlas" me dice con voz baja, con algo de tristeza. Y me hace una pregunta, esta vez alzando la voz como si volviera al presente y reclamara a estas personas que "¿Cómo van a ofrecer algo nuevo al pueblo si hacen puras cosas viejas?".
Me atrevo con cierta timidez a decir que así como hay estas personas, hoy en día "son muchos los ecuatorianos y ecuatorianas que ya están cansados de que esta historia de burlas y mentiras se repita una y otra vez, sin que nada bueno venga para los de abajo". "O sea que la oscuridad persista", dice mi abuelo. Y con cierto rencor también recuerda y me responde que "para los malos gobiernos, los indígenas sólo seguimos siendo ganado para el matadero del supuesto desarrollo".
La lluvia seguía con más intensidad. Mi abuelo se prestaba a recoger el tabaco ya seco mientras yo me acercaba a mover y poner más leña. Luego de encender el tabaco mi abuelo continua diciéndome: "si miramos hacia el futuro olvidando de dónde venimos, aparecen las coartadas, la sensatez, la prudencia, el miedo, la rendición y la traición peor, es decir, la traición a nosotros mismos". Luego de una bocanada continúa: "por eso, pretendiendo heredar a las generaciones venideras libertades, les heredamos cadenas y condenas. Dejemos que ellas decidan su propio destino, que eso y no otra cosa quiere decir ser libres".
Ahora no sólo la lluvia parece decirnos que no saldrá el sol, sino que son los estruendos de los rayos que nos traen a la memoria la represión que tuvieron que soportar nuestros muertos.
Mi abuelo me hace una seña para que me acerque y susurra en mi oído como si se tratase del secreto más recelosamente cuidado. Me dice, como regresando a los tiempos de sus mayores: "lo que vamos a hacer es, juntos, sacudir este país desde abajo, levantarlo, ponerlo de cabeza. Que se muestren entonces todos los despojos, todos los desprecios, todas las explotaciones. Lo vamos a sacudir y tal vez vamos a descubrir que no estaba bien; que no debía estar así, entonces vamos a tener que armarlo de nuevo, sin más arriba y sin más abajo que los que marcan sus montañas, sus valles, sus ríos y lagunas y lo vamos a poner de nuevo, y nuevo, entre el Pacífico y el Amazonas y entre Colombia y Perú, y entonces sí hay que empezar a andar".
Al rato, la lluvia parece haber escuchado las palabras de mi abuelo y se aleja con cierto recelo. Él me sigue repitiendo las palabras de sus mayores: "así el mundo será un poco mejor, y otros, otras, después, le darán la forma, el rumbo, el paso, la velocidad y el destino. Porque no hay que olvidarlo: siempre falta lo que falta".
Mientras recogemos nuestras cosas aún mojadas y apagamos la hoguera mi abuelo me anuncia "que se trata de que el Nadie que somos defienda su lugar, su camino, su paso y su destino y, sobre todo, la multiplicidad de pies y modos de caminar en este otro país que queremos. Que cada quien se diga a sí mismo cuánto pone en este empeño y a qué está dispuesto. Conforme a esto, que establezca su compromiso y lo que espera a cambio".
Desde el pie de monte amazónico,
Fabricio Guamán
[pd] Este es un pequeño tributo al movimiento indígena que en estas semanas nos ha devuelto la dignidad y la esperanza.
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