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La parodia de unos empresarios marchando a favor del TLC

Javier Ponce

Quito, 22 de marzo de 2006

La marcha convocada en Quito por un grupo de empresarios a favor del TLC me devolvió sobre una novela de Jorge Icaza de 1935, cuando los terratenientes serranos transportaban en camionadas a los indios para que se manifiesten en las calles de Quito contra los gobiernos.

Los tiempos y los actores han cambiado, pero no los estilos de manipulación, para provocar apenas una parodia.

¿Por qué los empresarios no se quedan en el escenario que les corresponde?

¿Qué están entendiendo cuando miran a un sector de la sociedad expresarse en las calles? ¿Qué se trata, simplemente, de llenar cuadras de manifestantes?

El temor a un fracaso del TLC les ha llevado a confundirse frente al real sentido de una expresión callejera, que es la forma de visibilizar una posición que no puede alcanzar espacio de otro modo, porque la institucionalidad está en retazos y los espacios de incidencia les pertenecen a las élites.

Percibo una inocultable arrogancia en la pretensión de copar todos los escenarios.

Pero no es la única parodia. El Gobierno también monta la suya, una parodia disfrazada de nacionalismo, cuando resucita la cacería a las ONG que ya protagonizó León Febres-Cordero durante su mandato, y cuando el Secretario de la Administración reta a debate a Luis Macas. (Por favor, señor Apolo, mírese a sí mismo, usted es un funcionario transitorio de un gobierno transitorio, sin historia política; Macas es el líder de un movimiento respetable desde hace más de dos décadas).

No entiendo el objetivo, ni de la acción de un grupo de empresarios disputándoles el escenario a los movimientos populares, ni de la pretensión del Gobierno de aislar al movimiento indígena azuzando la confrontación.

Si el movimiento indígena se negó inicialmente a sentarse a dialogar, un gobierno con cuatro dedos de frente estaba en posibilidad de crear condiciones de diálogo que serían irrenunciables. Si el movimiento indígena propone un callejón sin salida, resulta inútil y peligroso cerrar también la entrada, con soldados y con la arrogancia del discurso improvisado desde el poder, propio de quienes sospechan que su paso fugaz por Carondelet será la única oportunidad que les ofrecerá la vida de "mandar".

Es increíble. Llevamos una década de levantamientos indígenas y los políticos siguen imaginando estrategias pedestres para enfrentarlos, para negar su representatividad, para insistir que son una minoría. Y lo paradójico es que esos argumentos provienen de otras minorías amparadas en unas cámaras de la Producción cuyo grado de representatividad valdría la pena medirla, o de gobiernos fruto del azar o de votaciones poco significativas.

Talvez la sociedad ecuatoriana es un conjunto irresuelto e incorregible de minorías. Será necesario encontrar una forma para que todos los interrogantes, los acuerdos y los desacuerdos sobre el TLC se debatan y confronten. Y el camino puede ser un diálogo transparente que pueda, eventualmente, desembocar en una consulta popular. Si el TLC favorece a la mayoría de ecuatorianos ¿por qué temerle a la consulta? Si no es posible poner a votar sobre un tema tan indescifrable y complejo, ¿para qué nos sirve un TLC construido sobre la ignorancia y la duda?

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