4 de marzo de 2006
Esta es una pregunta primordial para entender muchos de los estragos cometidos en el medio ambiente en los países del llamado "tercer mundo". Por hablar de Latinoamérica y por razones obvias los recursos naturales representan un factor económico bien importante. Desgraciadamente el pueblo empobrecido sólo tiene una consigna: sobrevivir a costa de lo que sea.
La situación social no es lo más optimista para que el pueblo se preocupe por el cuidado de la tierra. Aunque la legislación vigente en la mayoría de nuestros estados es muy celosa en cuanto a la conservación de los recursos naturales. Pero, claro, estas medidas han sido tomadas ya tarde luego de siglos de explotación indiscriminada que lleva a la triste realidad actual en la que el trópico en muchas regiones se va desertizando.
Los intelectuales, profesores, estudiantes o las Ong continuamente denuncian la brutal destrucción de la selva, la contaminación de los ríos, la tala de los bosques o la extinción de las especies. Pero ellos se encuentran en sus centros de estudio en las ciudades lejos del lugar donde millones de "parias" deben encontrar su sustento gracias a la explotación de la naturaleza. Inmersos en un sistema capitalista el mercado se rige por la ley de la oferta y la demanda. Sus críticos viven casi siempre en una sociedad del bienestar cómoda y autosuficiente. Ni se imaginan cuáles son las condiciones sociales y políticas imperantes en esas latitudes y que lleva a los empobrecidos y desheredados a convertirse en los más peligrosos depredadores.
En conclusión: la ecología es cosa de privilegiados.
Hoy en día todos los partidos políticos incluyen en sus programas la defensa del medio ambiente. Igual lo defiende la industria del turismo que por supuesto utiliza las bellezas naturales y paisajísticas según su conveniencia. El mundo entero ha tomado conciencia del peligro que se avecina. Las noticias trasmiten la alarma por el calentamiento terrestre y el deshielo de los casquetes polares. La ecología está de moda y la sociedad de consumo la ha convertido en un producto más a consumir.
La verdad es que es difícil exigirle a un campesino, a un colono, a un garimpeiro, a un caipira que proteja y respete el medio ambiente. Y menos cuando éstos apenas si saben leer o escribir y ganan dos o tres dólares al día. Además la sociedad de consumo con su despilfarro y sus ínfulas de opulencia dan un pésimo ejemplo a los más humildes. Así que les obliga a entrar en su juego, trata de integrarlos y hacerlos ciudadanos con todas sus consecuencias. Legal o ilegalmente hay que enriquecerse lo más rápidamente posible, es el lema. Nadie se puede quedar descolgado de los avances del progreso.
En este fenómeno los medios de comunicación y la tecnología cumplen su papel con precisión. Para ellos no hay fronteras ni límites ni ética posible. Son la vanguardia del lo que el poder denomina "globalización" dentro de ese magno proyecto de la economía neoliberal.
En cualquier lugar del Amazonas, por ejemplo, es posible captar la señal de TV que se emite vía satélite. Y los pobladores por más hambreados que estén tienen una televisión. Eso quiere decir que el capitalismo se infiltra, entonces, en los lugares más perdidos del planeta manipulando mentes vírgenes y sumando nuevos clientes.
Las víctimas son los colonos, los indígenas, los caboclos, los mestizos, los marginados que ambicionan participar de los placeres que se exhiben por la pantalla. Esta humanidad olvidada tiene también derecho al futuro. Y ustedes ya se pueden imaginar cual es el mensaje que trasmiten los medios de comunicación.
¿Quién puede criticar la actitud de los desheredados cuando ellos sólo hacen parte de un sistema colonial que desde hace unos quinientos años vienen padeciendo?
¿Con qué moral los estados gobernantes exige que haya un respeto por la naturaleza cuando son ellos mismos los que dan el visto bueno y su patrocinio para que las industrias y multinacionales sigan la explotación desaforada de los recursos?
La tierra más productiva tiene un dueño y el estado se compromete en la protección de sus propietarios. Las fronteras han sido trazadas con alambre de púas y las potencias se han repartido estratégicamente las que tienen mayor riqueza. Además pertenecemos a una cultura judeo-cristiana para la que la naturaleza representa algo hostil y Dios la ha puesto al servicio del hombre y el es el ser superior que cuenta con el beneplácito del creador para domarla.
Un 60% de los bosques andinos se han transformado en leña o madera por los colonos y la industria de la madera. Inclusive muchas cuencas hidrográficas están en peligro de erosión y en las épocas de lluvias causan desastres por el desbordamiento de los ríos. Según un estudio de la Universidad Nacional de Colombia es crítica la situación de los ríos Magdalena y Cauca que a largo plazo se van a transformar en lagos pues el sedimento y el barro van a actuar a manera de represas. Cultivos de café y caña de azúcar son la fuente de la economía de la cordillera y en los valles y llanuras la ganadería extensiva es la que predomina. Encima millones de campesinos han emigrado a la ciudad en los últimos 60 años pues prefieren ser obreros que siervos sin tierra. Si antes el 70% de la población era rural hoy lo es urbana.
Los defensores de la ecología se han conformado con salvar algunas islas de naturaleza que por sus ecosistemas son destacables. Es decir, han preferido crear "zoológicos" para salvarlos de la depredación. ¿Quiénes disfrutan de estos "paraísos perdidos"?. Indudablemente una clase pudiente que pasa vacaciones y se deleitan con su exuberante belleza. Los tales parques nacionales son un negocio más para las agencias de viajes y turismo y están siendo privatizados por las mismas. Los excluidos apenas están por allí como invitados de piedra para hacer de porteadores, vender artesanías o trabajar en los restaurantes. Si ustedes quieren comprobarlo visiten los parques nacionales de Tikal, en Guatemala, Machu Picchu, en Perú o Foz de Iguazú entre Argentina y Brasil para que sepan quienes son los que se permiten el lujo de visitar estos santuarios de ensueño previo pago de una alta suma de dinero.
El amor por la naturaleza es este: un árbol tiene un precio, un pájaro tiene un precio, una serpiente tiene un precio, una flor, un pez y hasta un indio disecado tiene su precio. Todo se compra y se vende en este mercado que factura millones de dólares en los países del "primer mundo" donde estos productos adquieren su verdadero valor para satisfacer la vanidad y los caprichos de los usuarios. Este es el caso del mercado de "Vero Peso" en Belem del Pará donde los animales más exóticos de la jungla se encuentran prisioneros exhibiéndose en jaulas a la espera de su "negrero". La belleza se cotiza en alza.
Los colonos no tienen una conciencia de protección porque ni siquiera tienen una identidad y ni autoestima. Ya no son indígenas, ya han perdido la memoria, su educación, si existe, es individualista y su nueva identidad es totalmente urbana.
La especie humana también está en peligro de extinción, esa inmensa humanidad hace parte de la ecología y en un gran porcentaje agotada por la desnutrición y las enfermedades. ¿Alguna vez la organización ecologista Green Peace tan defensora de la naturaleza va a protestar por los cientos de inmigrantes africanos que mueren ahogados en el estrecho de Gibraltar intentando alcanzar las costas europeas? Seguro que están más preocupados en salvar ballenas o delfines que les dan más publicidad.
Se concluye que el ser humano es el culpable de la destrucción de la naturaleza. Pero qué clase de ser humano es ese. Se podrá culpar de esto a los obreros, a los trabajadores, a los campesinos, a los artesanos, a los peones, a los sin tierra. No serán los políticos, militares, banqueros, religiosos o científicos que detentan el poder y ordenan el mundo a su placer los más comprometidos. Ellos tienen que satisfacer su voracidad y megalomanía a como de lugar. No se entiende el porque se generaliza en este caso cuando se sabe muy bien que el imperialismo y la explotación económica del tercer mundo proviene de las potencias dominantes (EE.UU, Europa y Japón) Hay que dar nombres y apellidos. No se puede culpar al mundo entero de la capacidad de destrucción desarrollada por la civilización occidental que ha degradado a la humanidad y su naturaleza y está en capacidad con sus armas de borrar toda huella de vida sobre la faz de la tierra.
Cuando estuve en Paraguay visité el norte del país donde sobreviven los indios Chamacocos. Su vida la dedican a cazar taninos para venderlos a una fábrica de pieles en Bahía Negra. Ya en decadencia, alcoholizados unos, prostituidos otros, cantando alabanzas en las iglesias los más se abandonan a su triste destino. La divinización del hombre blanco ha vencido y los que se resisten serán perseguidos por antisociales.
El cacique Calonga, del alto Paraguay, me hablaba de su comunidad: "por qué quieren redimirnos, no tienen ya suficiente con lo que han hecho. Nos quieren convertir en paraguayos, que besemos su cruz; nos visten, nos llevan a cumplir el servicio militar y nos dicen que hay que dejar paso al progreso. Somos parte del negocio y con nosotros justifican sus facturas. Déjenos ser pobres, eso es lo que hemos elegido; déjenos con lo que nos queda de nuestra tierra, con nuestros ríos, con nuestra selva. Queremos ser salvajes. Déjenos en paz".
[fuente]
http://www.servindi.org/archivo/2006/372
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