Profesor de la Universidad Central del Ecuador. Ex Presidente(e) del Congreso Nacional del Ecuador.
Quito, 26 de febrero de 2006
La declaración formulada, en pleno carnaval, por el ministro de defensa ecuatoriano General (r), Oswaldo Jarrín, ante el reciente paro en la Provincia de Napo, de que:" El desorden ha llegado a un clímax que impide que la ley pueda ser aplicada", y que en consecuencia: "Vamos a necesitar de un poder exterior para poder reconstruir la nación", presagiando que: "en el futuro tendremos un Haití en Ecuador", ha caído como un balde de agua helada sobre la conciencia democrática, soberana y altiva de millones de mujeres y hombres de nuestra Patria. Más allá de lo que podamos pensar de un Ministro de Defensa cuyas gestiones expeditas, en el pasado reciente, parecen haber estado destinadas a implicar al Ecuador en el Plan Colombia, es clara la pobre, pobrísima opinión que nos merece un General® de la República que clama por la intervención de "un poder exterior".
Un pueblo volcánico y andino, como el ecuatoriano, que resiste a la opresión y la injusticia, no está cerca de la disolución y el caos, como usted pretende Sr. General®, sino que transita, por sus propios chaquiñanes inéditos, la ética de la rebelión que está pariendo instantes de luz en la América nuestra de inicios del siglo XXI. El parto puede ser doloroso y hasta trágico, si tomamos en cuenta la suma de miserias e ignominias que se han acumulado en las últimas décadas de saqueo neoliberal: Más de 94 mil millones de dólares de pago de una deuda externa inmoral, entre 1972 y el 2004; destrucción del aparato productivo propiciada por la apertura unilateral de mercados impuesta por el GATT y la OMC; descomunal asalto del ahorro nacional, privado y estatal, posibilitado por la denominada liberalización financiera promovida por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; vigencia de una justicia politizada y secuestrada por la impunidad, que tiene la desfachatez de perseguir a Wilma por haber pretendido imponer el peso de la ley sobre los deudores morosos y banqueros inmorales; culto a la opulencia y el dinero fácil que ahoga al país en una ola de corrupción sin precedentes, a la que se sumaron, Sr. General®, alegre y despreocupadamente, 6.000 soldados y policías sólo en la mafia del Notario Cabrera; pérdida de la soberanía monetaria y adopción de la dolarización culpable de una recesión prolongada; sumisión vergonzosa frente al Imperio Americano que nos ha transformado en una prolongación de la Base de Manta, desde la que las fragatas yanquis hunden barcos ecuatorianos, en aguas del mar territorial ecuatoriano, persiguiendo a la interminable diáspora dolorosa formada por los que huyen de la desocupación y la pobreza, transformados en destino único de las mayorías.
General Jarrín, lamento decirle que su lectura de los acontecimientos recientes de la Provincia del Napo, en nuestra Amazonía, así como su incomprensión de las raíces del intervencionismo yanqui en Haití, me recuerdan la misma de orfandad de análisis que le hizo célebre al Coronel Gutiérrez.
En el Ecuador de nuestros días no hay caos ni anomia, como usted - y un segmento de clase dominante - pretenden, sino una rebeldía de vieja y nueva data cuyas huellas deberían buscar en la trayectoria de Rumiñahui, Espejo, Manuela Saénz y Eloy Alfaro. Queremos una Patria próspera y soberana para todas y todos. Estamos asqueados y cabreados por los efectos perversos y nocivos de una democracia de papel que reduce la ciudadanía al sufragio, mientras exhibe la distribución del ingreso más inequitativa de América Latina. Pero, además, no admitimos quedarnos al margen del tren de la historia que hoy pita fuerte y gira hacia la izquierda en varios países de América del Sur. Los programas se redactarán, las organizaciones se constituirán, los métodos de lucha se irán aclarando, los líderes se forjarán en el crisol del combate. Los tiempos de cambio serán cortos, explosivos y volcánicos, como han sido siempre en éstas tierras del Pichincha y el Chimborazo, pero las ecuatorianas y los ecuatorianos sobreviviremos y seremos felices, muy felices, pese al pesimismo de los que sienten que el paisito de sus privilegios insultantes se hunde en el olvido y el desprecio.
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