Napo, 1 de enero de 2006
Por no sé donde se escucha decir, ¡Todo está perdido! ¡No hay nada que hacer! Mientras en otras latitudes, no muy lejos, el silencio desnuda caminos y alternativas.
Y es por estas latitudes que el viento dibuja palabras que a ratos la memoria se resiste a olvidar.
Y en este oscuro caminar, nuestros abuelos nos cuentan que "los seres de la primera época se fueron degenerando a causa de su conducta egoísta e irresponsable, hasta que el hábitat se destruyó y sus habitantes desaparecieron. Después, gracias a unos pocos sobrevivientes que se salvaron de la mano de la naturaleza todo comenzó de nuevo".
Estos pocos sobrevivientes se habían aferrado de las raíces más profundas, lo más fuerte que pudieron. No eran muchos pero si se reconocían como uno. Eran seres que buscaron las afinidades, "la constitución de una familia extensa donde cabían todos, no se eliminaba a nadie y se armonizaba todo".
Fueron desarrollando "el concepto de familia ampliada que se fundamenta, sustenta y fortalece por el parentesco espiritual, el servicio, la ejemplaridad, el compromiso, el cumplimiento, la reciprocidad y la igualdad en la diferencia. Concepción basada en el deber más que en los derechos, en la ética más que en normas morales, en la conducta más que en el conjunto de leyes, en la libertad más que en la dependencia, o servidumbre".
Nuestros mayores nos cuentan que estos seres fueron los dioses primeros, los que nacieron el mundo en que vivimos ahora.
Entre estos dioses, nuestros viejos nos dicen que estaba Yaya, personaje nacido de la tierra, que se alimentó de ella, que creció con ella y que aprendió de ella. Y así sobrevivió y siguió caminando.
Entre oscuras y frías madrugadas nuestros sabios y sabias nos cuentan que "Yaya hace que nazcan, crezcan y se multipliquen los alimentos que un campesino de la selva necesita para vivir, animales domésticos, hortalizas, árboles frutales. Todo en cantidad y en variedad. Por la mala conducta de la gente aparece también la maleza, las plantas que malogran las chakras. Nos cuentan que la conducta de las personas influye definitivamente en la producción de la tierra, dificulta o alivia el esfuerzo de cultivarla. Yaya ha enseñado a nuestros mayores así como ellos a nosotros que "la actitud respetuosa, el ejercicio de la hospitalidad ayudan a cosechar sin mayores esfuerzos".
Se dice que Yaya inició una nueva generación de seres. Les sopló aliento vital, espíritu de vida. Este espíritu "manifiesta un dinamismo que apunta hacia un llegar más que a un venir de".
Dicen que ahora "Yaya camina por el mundo de estos nuevos seres comprobando sus conductas y sus trabajos". Les muestra que los seres son "libres para hacer de su trabajo lo que bien le parezca" sabiendo que hay muchos caminos como alternativas pero que todos se dirigen hacia abajo, hacia la tierra.
Es por eso que estos seres que han venido antes que nosotros nos enseñan que para lograr el camino verdadero, así como Yaya lo hizo, se debe nacer la tierra, se debe construir ese suelo que nos da de comer, que nos protege y que nos enseña de donde venimos y hacia donde debemos ir.
Nos enseñan que si el suelo está mal, nosotros estamos mal y todo nuestro entorno. Nos enseñan que para sanar este suelo no se le debe irrespetar, no se le debe ofender. Se sabe que para hacer nacer la tierra se la debe alimentar, se la debe sembrar, y se debe sembrar con más tierra y que esta tierra debe ser buena. Y que esta tierra, para los que saben, no es más que nosotros mismos.
Nuestros viejos y viejas cuentan que sus mayores así como nosotros "no estamos muertos y tampoco nos están enterrando, nos estamos sembrando para nacer de nuevo la tierra".
Desde el pie de monte amazónico...
[post scriptum]
Pues ya van a ser algunos años viejos y esperemos que sean algunos más por venir, y que sigamos sembrando para continuar cosechando cada vez más alegres, más grandes en mente y en espíritu y sobre todo, cada vez más.
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