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La lucha contra la violencia hacia las mujeres es necesaria para lograr una sociedad democrática, equitativa, segura, saludable y pacífica

Hanne Holst

Quito, 17 de noviembre de 2005

Las mujeres somos el cincuenta por ciento de la población, es decir somos las niñas, las adolescentes, las jóvenes, las adultas y las mayores de edad. Somos además las hijas, hermanas, madres, primas, tías, compañeras, esposas, novias, vecinas, amigas, abuelas de esa otra mitad que constituimos la humanidad, la comunidad, la ciudad, el país. Somos por supuesto también las trabajadoras del hogar (remuneradas o no), las trabajadoras de las fábricas, de las empresas, oficinas, de las organizaciones públicas o privadas, las vendedoras, las profesionales, las políticas, las científicas, las artistas, las maestras, las enfermeras, las "madres comunitarias" o educadoras de los centros de cuidado infantil, las parvularias, las monjas.

Si reflexionamos un poco en torno al hecho de que estos trabajos, estas funciones, estos roles tienen distintas valoraciones o mejor dicho, son menos valoradas tanto socialmente como económicamente por el hecho de ser realizadas por mujeres, vemos entonces que esto constituye una discriminación, una violencia... Pero, además de estas discriminaciones cotidianas, tal vez, la forma más dolorosa, brutal que nos señala, que nos alerta, que algo malo, que algo injusto, que algo que nos está afectando a nuestra condición de humanidad está pasando, es la violencia física, psicológica, sexual, económica ejercida mayoritariamente de hombres hacia mujeres.

Aquí seguro que van a decir: "pero si las mujeres también son violentas con los hombres, son violentas con sus hijos e hijas". Pero veamos algunos datos:

Es por esta situación de inequidad, de injusticia, de irrespeto a los derechos humanos, que el Movimiento de Mujeres, tanto a nivel internacional como nacional y local, hemos venido luchando desde hace muchos años. Los resultados de esas luchas se han reflejado en las Convenciones Internacionales de las Naciones Unidas: Convención de Viena de 1993 donde se reconoce que la violencia hacia las mujeres es una violación a los derechos humanos, las Convenciones de Beijing y el Cairo, donde se reconoce el derecho que tenemos todas las personas a una vida libre de violencia, el derecho a una sexualidad sana y placentera. La Organización Mundial de la Salud considera la violencia contra las mujeres como un problema de salud pública. La OEA firma la convención conocida como Belen Do Pará para la prevención, sanción y erradicación de la violencia contra la mujer en 1994.

Nuestra Constitución, el estado ecuatoriano (gobierno nacional y gobiernos locales, sistema judicial y legislativo) ratifica todas estas normativas y por lo tanto incorpora en ella los mandatos que de ellas devienen.

La lucha de las mujeres también ha hecho posible que ahora tengamos la ley contra la violencia hacia la mujer y la familia, los cambios en el Código Penal, que el ministerio de salud pública considere la violencia como un problema de salud que debe ser asumido tanto en prevención como atención en todas las unidades y actualmente estamos tratando de incidir para que el gobierno local, en este caso el municipio de Guayaquil elabore una ordenanza que implica la asignación de recursos económicos y humanos para la ejecución del plan cantonal de prevención y atención de la violencia intrafamiliar.

El posicionar la violencia contra las mujeres, la violencia intrafamiliar como una afectación a los derechos humanos, como un problema de salud pública, como un problema de seguridad ciudadana, también ha significado un avance frente a las concepciones y prácticas de la cultura dominante, - que incluye la cultura de hombres y mujeres comunes, y no sólo de las autoridades y los grupos de poder,-de que la violencia contra las mujeres y la violencia intrafamiliar es un problema "personal", de la familia" o sólo de las mujeres.

Son las mujeres adultas, las niñas y niños, las ancianas y ancianos, las personas más afectadas por la violencia intrafamiliar. En la mayoría de los casos, la violencia es ejercido por hombres contra mujeres y niñas: las formas más frecuentes son el abuso de las mujeres por su cónyuge o pareja íntima y el abuso sexual a niñas de parte de algún hombre de la familia.

Una de las características más sobresalientes de la violencia intrafamiliar y uno de los obstáculos para erradicarla es que se esconde, se torna invisible, se encubre bajo el falso supuesto que el hombre tiene el derecho de controlar a la mujer y si es del caso recurrir a la violencia para lograrlo, mientras que la mujer debe aceptarla en aras de la estabilidad familiar.

La violencia hacia las mujeres, las niñas, las adolescentes, refleja también la forma como hombres y mujeres hemos sido estructurados desde nuestro nacimiento, cómo desde nuestra infancia nos vamos "haciendo" hombres y mujeres según los estereotipos, roles, comportamientos que a través de la historia se nos ha dicho que significa lo femenino y lo masculino. Ser femenina es igual a ser sumisa, dependiente, maternal, estar en la casa, responsabilizarse absolutamente de la crianza, desarrollo, bienestar de los hijos e hijas, tener sólo una pareja sexual en el matrimonio. Lo masculino hace referencia a ser dominante, ser el jefe, autoritario (con la mujer y con los hijos/as), estar en la calle, ser el proveedor, pero no responsabilizarse del cuidado de hijos e hijas, de los afectos, tener relaciones sexuales con varias parejas, ejercer su sexualidad como una forma de "satisfacer sus instintos". Al señalar esto no estoy diciendo que los hombres son los malos de la película y las mujeres las víctimas o santas. Tampoco estoy culpabilizando a unos y otras por esta situación.

Es para señalar que la violencia hacia las mujeres, la violencia intrafamiliar son las expresiones de la existencia de una ideología o cultura patriarcal que ha desarrollado relaciones de dominio-sumisión entre hombres hacia las mujeres, entre adultos a los niños y niñas. Al ser parte de una cultura, (concepciones, actitudes y prácticas, comportamientos aprendidos,) es posible cambiar, y de hecho estamos cambiando, tanto hombres como mujeres.

La violencia es todo acto de agresión u omisión que ocasione daños físicos, emocionales, sexuales, psicológicos o económicos.

Cuáles son los efectos en las mujeres, en los hijos e hijas: En la salud: roturas, abortos, discapacidad, suicidio, muerte. En la salud emocional o mental: depresión, (que significa ganas de no hacer nada, no cuidarse a sí mísmo, ni tener la vitalidad, la alegría para trabajar dentro o fuera de la casa, para vivir; inseguridad, sentimientos contradictorios de amor y odio, frustración. En el caso de los hijos e hijas testigos de violencia de su padre o padrastro hacia su madre, además de los efectos señalados anteriormente en la salud emocional de las mujeres, se van estructurando como seres inseguros, desconfiados (cómo pueden interpretar que las personas que los deben proteger, querer, no lo hagan? ), con odio hacia su padre, mientras quisieran quererlo, respetarlo, también con cierto desconcierto hacia su madre, que de pronto sienten que no se defiende (cuando son adolescentes).

En el caso de violencia sexual, sobre todo hacia niñas y adolescentes el daño es mayor.

Todo esto nos va menoscabando en nuestra capacidad de ser personas. (los hombres también son imposibilitados de desarrollar su humanidad, la ternura, los afectos, la sexualidad que implica una relación de respeto al otro y la otra.)

Además redunda en la economía personal, familiar, del país: más gastos médicos, legales, de atención psicológica, en la educación (pérdida de año, deserción, limitación en el aprendizaje, en el trabajo (faltas, accidentes). Las mujeres cuyas edades oscilan entre 15 y 49 años, pierden un año de su vida por cada 5 de vida saludable a causa de la violencia.

Se ha comprobado también que las niñas y adolescentes que viven situaciones de violencia intrafamiliar, serán aquellas que se embaracen en edades tempranas, (casi el 50% de las mujeres que dan a luz en la maternidad Sotomayor, son menores de 19 años). Esto sucede por no haber podido decir no, porque han buscado afectos y piensan que al tener una relación de pareja bajo las condiciones que ellos imponen, las sacarán de las relaciones violentas en que han vivido.

Las llamadas pandillas juveniles están conformadas por adolescentes y jóvenes, (hombres y mujeres) que han vivido situaciones de violencia intrafamiliar, sexual.

Los niños y niñas que están en la calle, los niños y niñas que "se pierden" están huyendo además de su situación de pobreza, estan huyendo del maltrato hacia ellos y ellas, del maltrato que su padre o padrastro da a su madre, de la violencia sexual.

Espero que con estas reflexiones, con esta información que hoy me han permitido compartir con Uds. veamos la necesidad, la urgencia, la importancia de luchar (todos y todas: autoridades, servidores públicos, madres y padres, maestros y maestras, hombres y mujeres) por cambiar estas concepciones, actitudes y prácticas que han posibilitado que las relaciones de violencia entre hombres y mujeres, entre adultos/ as -niños y niñas, sean cotidianas, sean de todos los días. Así como debemos luchar contra la relaciones de poder que origina la explotación de los dueños de los medios de producción frente a los y las trabajadoras, de los países ricos hacia los países empobrecidos, de la dominación o discrimen de un grupo determinado frente a otros a quienes consideran inferiores por el color de su piel, por su opción sexual, por su edad, por "discapacidad", por su religión, por sus creencias, por sus condiciones económicas

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