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La televisión no está en nada

Roberto Aguilar

Quito, 17 de abril de 2005

El autor del artículo, analista de televisión, ha renunciado a su cargo de periodista en El Universo al ser mutilada y censurada esta crónica, crítica con el papel de los medios televisivos en la cobertura de las movilizaciones contra Lucio Gutiérrez.

La gente llama a la radio para quejarse de la TV. Una señora protesta porque los canales no cubren lo que está ocurriendo en Quito. Otra asegura que todos los noticieros -no hace distinciones- son unos vendidos. Un joven los está viendo y comprende que no hay cómo creerles nada, se comunica con la radio y grita su indignación al mundo. Para eso, para que los inconformes griten su indignación al mundo, radio La Luna, la del cacerolazo quiteño, mantiene abiertos sus teléfonos y sus micrófonos durante todo el día. Y la gente no para de llamar. Muchos van personalmente a los estudios, donde Paco Velasco, el director, recibe a todo el mundo. Están hartos. No sienten el menor respeto por ningún político, empezando por "Bucaram y su edecán", a quienes detestan. Están hartos del Gobierno, de la Corte y del Congreso. Y, con igual irritación, están hartos de la TV. De pronto, alguien telefonea y dice: vamos a los canales para gritárselo en la cara. Y los participantes del cacerolazo, que lo escuchan, dicen sí, vamos, vamos a gritárselo en la cara. Y van al canal que está más cerca.

Es la noche del viernes 15 de abril. Sólo en la avenida de los Shyris, 15.000 forajidos, así los llama el Coronel, se manifiestan pacífica pero ruidosamente. Grupos de entre cien y un millar de personas hacen lo propio en Monjas, La Vicentina, Conocoto, Villa Flora, avenida América, Amazonas, Cumbayá, Sangolquí... Sumando todo eso, más los miles de carros en caravana por las principales avenidas, más los centenares que llaman a la radio, resulta una multitud quizá más grande (por no hablar del impacto en el conjunto de la ciudad) que la que reunió Bucaram en Guayaquil. Ya vendrá él a decirnos que a lo suyo fueron quinientos mil, quién le cree. Por cierto ¿cuántos fueron? Nadie dio cifras, solo Teleamazonas mostró unas reveladoras tomas de la 9 de Octubre semivacía.

El caso es que, en esa ocasión, seis canales, incluso Teleamazonas, pasaron 'en directo' el acontecimiento y le dedicaron más de tres horas del día en que murió el Papa. Hoy, apenas si se conectan en esporádicos flashes informativos con el cacerolazo. En la tribuna de la Shyris, una televisión transmite la telenovela de las nueve, a vista y paciencia de los manifestantes. A pocos metros de ahí, el personal de la unidad móvil de Ecuavisa mira el fútbol por Canal Uno mientras espera la hora del flash.

Pero el problema no es cuánto cubrieron los canales, sino cómo. Apenas me voy a referir a los que no lo hicieron. TC, que la noche del jueves, con 12.000 personas en la calle, hablaba de "decenas de manifestantes" (así mintió Sandra Grimaldi) y luego mostraba tomas de la 10 de Agosto, donde no había nadie (en ese momento). Y Gamavisión, que la mañana del viernes despachaba la noticia en su segmento "En resumen" y se dedicaba a hablar del tema eléctrico. Canales vendidos al Coronel en espera de que exculpe a sus banqueros, o ex banqueros, o lo que sean esos prófugos de apellido Isaías. Es una vergüenza. Lo suyo no es periodismo sino mercenarismo. Como aquí hablamos de periodismo, no cuentan. El problema son los otros canales, los que no mintieron sobre los cacerolazos ni los minimizaron (tanto), los que cubrieron el tema y abrieron con él su edición nocturna (aunque solo el tercer día) pero, aun así, fueron incapaces de comprender lo que estaba ocurriendo y de transmitir al país siquiera una idea lejana de la naturaleza de las protestas.

El viernes conversé por teléfono con amigos de Guayaquil y Cuenca: o bien no tenían idea del asunto, o tenían una muy distorsionada. Claro, ¿cómo se iban a enterar? Radio La Luna no llega a esas ciudades.

Es increíble: ningún canal hizo un reportaje sobre La Luna. Ninguno. Entrevistaron a Paco Velasco, sí, pero nadie contó la historia. La historia de cómo él abrió los teléfonos durante todo el miércoles, día de paro, para que la gente se expresara con libertad a través de su señal. Cómo fueron congregándose en torno a ella miles de ciudadanos decepcionados de sus líderes, frustrados de ver cómo su paro provincial se convertía en una tragicomedia de segunda, incrédulos al comprobar que el vencedor del Cenepa era incapaz de bloquear una ciudad tan fácil de bloquear (pregúntenle al MPD) como la larga y angosta Quito, con sus vulnerables vías de conexión con los estratégicos valles. Cómo esa gente, al caer la tarde, cuando medio Quito estaba oyendo La Luna, quiso hacer algo para salvar los muebles y empezó a proponer ideas en la radio. Cómo se impuso, poco a poco, la idea del cacerolazo, e inmediatamente corrieron los mensajes en la Internet y en los celulares, mensajes de los que todos los periodistas de la televisión estaban al tanto. Porque el fenómeno de comunicación de masas más espectacular que recuerde el país sucedía ante sus ojos, pero no se dieron cuenta. Después de todo, son gente de medios, ¿por qué habrían de interesarse en los medios?

Nuestra televisión es como el perro de Pavlov: responde de manera predecible a estímulos básicos. Si la noticia es "concentración masiva", entonces instala unas cámaras en las terrazas y otras en la tarima, y entrevista a las personalidades principales. Si es una marcha, dispone unidades a lo largo de la ruta. Si en la tarima está Bucaram o Nebot o Paco Moncayo, transmite 'en vivo' por espacio de tres horas. Pero si uno de esos ingredientes falta o se altera, entonces estamos perdidos porque se trata de un estímulo complejo. Y eso, para nuestra televisión, es chino. En los cacerolazos, ocurre que no hay ruta ni tarima, ni personalidad que pueda hablar ante las cámaras a nombre de la manifestación. Sin embargo, para los canales se trata de una manifestación como otra cualquiera. Grande, sí, pero igual a otra cualquiera. No saben valorar el hecho, inédito en la historia de nuestra democracia, de que esa multitud se ha autoconvocado. A esas 20.000 o más personas no las llamó ninguno de los habitúes de los estudios de TV. Ni el alcalde ni el prefecto, ni el de la colita ni los Rugrats 25, como les dicen. Se llamaron solos. Pero cuando llegan los reporteros a la Shyris, lo primero que hacen es buscar al alcalde o al prefecto (que no están), al de la colita o a Blasquito, al coronel Hernández o a los Ciudadanos por la democracia. En lugar de contar la historia de cómo ellos no tienen nada que ver con el asunto o, en todo caso, no más que cualquier otro. Y luego quedan encandilados con boberías, como el reventón de los globos del jueves, suceso absolutamente marginal que recibió cobertura especial en todos lados, qué bonito, qué creativo.

Pero del condumio, nada: por qué esos 20.000 están ahí; cuánta determinación se contiene en una autoconvocatoria tan masiva; cómo todo esto es determinante para el país. Para todo el país. Los cacerolazos de Quito son más significativos que la marcha blanca, la marcha de la capital y la marcha de Abdalá juntas. Si no por sus dimensiones, sí por su naturaleza. Pero la TV no puede verlo. Y el país tampoco, por su culpa.

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