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Los que van a morir...

Miguel Ángel Cabodevilla (misionero capuchino)

Diario El Comercio, edición digital

Quito, 15 de febrero de 2005

Hoy, 15 de febrero del 2005, Ecuador tiene un tesoro que casi siempre olvida; cuando lo conoce, desprecia y se apresura todos los días en destruir, o dejarlo en manos de los más infames. Si algunos leen estas palabras, se burlarán de mí y me tendrán, en el mejor de los casos, como un curita ingenuo y desubicado, empeñado en dar importancia a quien no tiene ninguna. Coincidiendo de pleno en esto último casi todos (¡qué importa el genocidio final de grupúsculos salvajes!), lo que es prodigio dentro de un país dividido en innumerables facciones.

Sin embargo, sigo insistiendo entre las muchas asignaturas pendientes de Ecuador con el Oriente, una tierra de la que vive, económicamente, desde hace muchos años el país entero y a la que sistemáticamente ignora. La primera de aquellas, la más acuciante por resolver -porque se está a punto de cerrar el último círculo del exterminio-, es la salvaguarda física y cultural de los grupos indígenas selváticos no contactados aún por la sociedad. Los auténticos dueños de ese territorio, según cualquier ley democrática, aunque quizá no de las ecuatorianas.

Ellos son un tesoro humano, cultural, también su entorno ecológico, y lo estamos destruyendo a vista y desprecio de todos. Son aún, probablemente, al menos un centenar o dos de personas, que viven en la última selva no conquistada de Ecuador. Pero ya está siendo asediada, le quedan apenas meses, ni siquiera años, para ser completamente invadida y en buena parte aniquilada.

Todos han olvidado la mayor matanza reciente ecuatoriana (abril del 2003), ¡una terrible masacre de mujeres y niños! Tal como pronosticamos en su día, y se nos increpó por eso, muy pronto se echó tierra y olvido sobre el caso, nadie salió culpable, ni siquiera se tomó una sola medida para que la masacre no se repitiera. Y existen datos de que seguramente se repitió, aunque de otro modo, al final del mismo año.

Impunidad para el crimen. Más aún, facilidad para repetirlo. Y nadie quiere darse por enterado: ni autoridades indígenas, ni civiles ni militares. Todos miran hacia otro lado. Los dirigentes huaorani y las organizaciones indígenas ecuatorianas han incumplido exactamente todas sus promesas, hechas públicas tras la matanza. Los madereros están ahora en pleno corazón del Parque Yasuní, pero el Ministerio del Ambiente no se entera ni quiere gastar tiempo en ello. El de Energía hace planes para nuevas exploraciones petroleras, incluso dentro del Área Intangible -aún sin demarcar-, pero por ningún lado asoma un estudio previo de esas zonas, de si existen o no personas, propietarios con derechos inalienables, anteriores al mismo Estado. Luego dirán que el país necesita esos recursos con apuro, que no hay tiempo para planes de previo conocimiento cultural o de contacto humano. Hoy siento una gran vergüenza por esta limpia operación de exterminio que se viene ejecutando con el consentimiento de muchos y el olvido de casi todos.

En fin, a día de hoy, me permito recordar una vez más a la ciudadanía la existencia de esas vidas libres en la selva. Que acaso saludan como lo hacían los gladiadores en el coliseo romano, antes del combate: ¡Los que van a morir le saludan!, pueblo ecuatoriano...

[fuente]
http://www.elcomercio.com/noticias.asp?noid=118584

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