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El estupendo grito de una loca tristeza...

Alexis Ponce

Quito, 10 de enero de 2005

Prólogo de Alexis Ponce al libro "Las fronteras no existen...", del periodista colombiano Fernando Arellano, cuyo texto saldrá a la publicación durante los eventos del Foro Social Mundial este 25 de enero de 2005.

Libertad es una palabra que el sueño humano alimenta. Más no hay ninguno que la explique, y ninguno que la entienda.

Cecília Meireles

Nuevamente debo prologar un libro de Fernando Arellano, el amigo colombiano abogado y periodista, que tercamente mantiene en el espacio virtual a "Cronicón", una página contra-informativa de la que es su director y a través de la cual nos conocimos un día.

Y bien: si en su anterior libro prologamos las once entrevistas contenidas en "El otro eje del mal", que Arellano hiciera a distintas personalidades asistentes a las Jornadas Continentales contra el ALCA a fines de 2002, hoy introducimos al "hipotético lector" en las nuevas -dieciocho- entrevistas que, esta vez, Fernando logró formular en el Foro Social de las Américas durante la última semana de julio de 2004.

De lo que dijimos en el primer prólogo, bien vale la pena rescatar los ya no "subterráneos" movimientos sísmicos que la sociedad latinoamericana empezara a desatar, haciendo crujir el modelo político tan bien llamado Democracia Formal, y tan venido a menos apenas el modelo económico que lo sustenta, ese que dio en llamarse neoliberalismo, se hiciera trizas a fines de los noventa, y que -al parecer- ya no tiene retorno ni salvación posible.

Es que su "victoria" fue, paradójicamente, su derrota, y gracias a los noventa mil damnificados que logró encumbrar hacia el "éxito económico" en el continente, sumió a millones en una desesperante debacle que desde esos años despertó masivas insurrecciones sociales, levantamientos aquí y allá, y nuevos escenarios electorales y políticos que evidencian el inocultable cambio de rumbo actual, a contracorriente del jurásico Pensamiento Único y del anquilosado "fin de la historia".

Porque eso fue la década de los noventa en América Latina: "el estupendo grito de una loca tristeza". Y un hartarse, un desperezarse, un despertarse por fin. Un levantarse para andar. ¿Hacia dónde? Nadie lo sabe aún, quizá porque ese hartarse, también es de los modelos y alternativas signadas en los tantos "ismos" que tampoco queremos. Pero de lo que sí hay certeza en este nuevo tiempo, es que ese viejo camino, del neoliberalismo en picada y de las "democracias de baja intensidad", ya no quiere caminar nuestra América Latina. Y no sólo que no lo quiere, que pruebas ha dado en tantos procesos que venimos asistiendo, sino que no puede continuarlo. Ese camino ya no sirve. Y su paulatino y vertiginoso derrumbamiento permite presagiar algo nuevo, algo distinto que esa antigua y núbil mujer, empieza a alumbrar en su vientre de fuego y de memoria.

Tiempos de alumbramiento:

Entre las "Jornadas Continentales contra el ALCA" realizadas en Quito, Ecuador, en octubre del 2002, y el Foro Social de las Américas, ocurrido en julio del 2004 en la misma ciudad, es decir, entre la edición del libro "El otro eje del mal" que compilara once entrevistas de Fernando Arellano y "Las fronteras no existen", del mismo autor, transcurrieron veintiún meses.

En ese lapso, nuestro continente, que de mujer tiene nombre, cuerpo y memoria, alumbró extraños hijos, nuevos andares anduvo, y parió en cada uno de ellos hechos asombrosos que la velocidad virtual del mundo, y su correspondiente autocensura mediática, aún impide percibirlos y, quizás, asimilarlos.

Habíamos señalado, en el prólogo a "El otro eje del mal", que todos esos hechos retrataban el probable rostro de la nueva América Latina, basados en los frescos aires que soplaban desde el Sur, incluyendo -esperanza al revés- el Ecuador. A ese 'algo' que se iba configurando en el continente (en ese entonces hacíamos alusión al nacimiento del Brasil Lulista, a la consolidación de Hugo Chávez en Venezuela, y a la aparición del Ecuador de los indios y Gutiérrez en el mapa regional, de cuya primera actitud saltimbanqui, sin embargo, ya empezábamos a prevenirnos en el prólogo al anterior libro de Arellano), se sumaron, tan pronto, en apenas un año y nueve meses, la Argentina de Kirchner, la Panamá de Torrijos, el Uruguay de Tabaré Vásquez, la nueva victoria de la Venezuela Bolivariana en las urnas, el renacer sandinista en Nicaragua, la recuperación del FMLN en El Salvador, la ola ciudadana en Costa Rica con un nuevo discurso anticorrupción digno de Nuestra América, el maduro huracán del MAS y Evo en Bolivia, y, más recientemente, el repunte de las izquierdas en Chile y la orden de detención a Pinochet, suceso que bien vale la pena tomarlo como vívido "the end" de la irremediable derrota del proyecto neoliberal en América, el mismo que durara cerca de veinte años en el continente, y que en el país del sur, con el viejo dictador de fastidiosa e inexorable sombra, mantuviera el presunto signo continental de "modelo exitoso de economía abierta".

Ya no hay más 'éxitos' neoliberales en la región. Ya no más macro-resultados fuera de la vida de la gente y más recetas macro-económicas que conviertan en Calcutas gigantes a nuestras naciones. Hoy es un nuevo tiempo, y no sólo continental, sino mundial...

Los últimos momentos de un mundo unipolar

En efecto, sostengo hoy una nueva y afiebrada tesis, digna de los nuevos tiempos que recorren América Latina: asistimos, en estos años, al principio del fin del mundo unipolar. Si España mandó a su casa a Aznar, si Alemania y Francia le dijeron "no" a la democrática dictadura del Unipolarismo y -finalmente- si la resistencia iraquí, tan heroica y nada recatada, da cuenta de lo poco convincente que resulta el imperio más poderoso de la historia humana; el claro emerger de la China en el mundo, y la configuración de nuevos bloques geopolíticos, con Pekín y la Unión Europea a la cabeza, anuncian el fin de la "perpetua" unipolaridad, tan aclamada ésta por Montaner, Oppenheimer y Fukuyama durante los noventa.

Ya no dan más ese modelo mundial, esta civilización en estado de decrepitud. Ya nada más tiene por ofrecer al planeta. Solo puede conducir a más guerras y espantosos sufrimientos a la mayoría de la humanidad. El unipolarismo, como la uniformidad y la homogenización, resultan anti-natura: ni siquiera la naturaleza los admite como ejemplo y coartada. Llegan los tiempos de un mundo multipolar, y -hay que reconocer a sus primeros artífices- Hugo Chávez y Lula, Kirchner y los Sin Tierra, Tabaré y los Piqueteros, Torrijos y los indios de Ecuador y Bolivia, fueron los primeros en anunciar, a su modo, el fin de la unipolaridad. En el caso de Chávez, incluso de manera abierta y explícita.

Escribe el español Enrique De Vicente:

"Por primera vez en la historia, millones de personas hemos tenido la oportunidad de movilizarnos en contra de una guerra -la de Irak- antes de que ésta iniciara. Aunque muchos fuimos conscientes de lo tremendamente difícil que era cambiar ese futuro, al menos queríamos gritar: "No en nuestro nombre y no con nuestro silencio".

¿Qué otra causa y qué otra patria podrá concebirse en un Tercer Milenio donde contamos con la posibilidad de destruir nuestro mundo, que no sean la supervivencia de la humanidad y de nuestra madre tierra, cuya agonía no escuchamos ensordecidos por nuestros mezquinos intereses personales y locales?

Aunque sienta escepticismo y desconfianza ante todas las opciones políticas conocidas, estoy convencido de que surgirán alternativas verdaderamente nuevas en el momento decisivo y de la forma más inesperada."

América Latina, buscándose a sí misma, como siempre, porque nunca ha dejado de hacerlo, empieza a buscar -a la vez- esas alternativas que el mundo clama en contraposición a la obscena perpetuidad de una "Guerra Preventiva" que, además de demencial, está condenada a ser derrotada, aunque hayan sido reeligidos sus principales alfiles.

América Latina, y una buena parte del mundo, empiezan ahora a encontrar esos nuevos sentidos que el planeta requiere para despertar. Apenas comenzó a ser desplazada la década unipolar en Latinoamérica, y ya trae un nuevo y audaz elemento: el monroísmo de los últimos 180 años puede ser sepultado. El bloque geopolítico llamado a gestar -con lo más racional y apasionado del mundo- un planeta multipolar y diverso, es decir distinto y mejor, es el naciente Bloque Latinoamericano.

Como siempre, hay probabilidades de derrota y fracaso. Si fracasamos esta vez, nos esperan 30 o 40 años más de derrotas, búsquedas y, también, de horror.

Si en América Latina, durante los últimos años escuchamos "el estupendo grito de una loca tristeza", significante del bellísimo alarido de América pariendo nuevos y tantos sucesos en los umbrales del siglo XXI; a partir de hoy, y con nuestras luchas sin cuento, tenemos probabilidades de que conlleven e impliquen alegría, que es el sinónimo de ese estupendo grito, y el fin de esa loca y atávica tristeza que nuestro continente lleva a la espalda.

Posdata:

La definición de alegría como "el estupendo grito de una loca tristeza", la hallé en una canción extraña, mientras intentaba escribir este críptico prólogo a las entusiastas entrevistas de Arellano a dieciocho reconocidos caminantes de Nuestra América. La canción se llama "Alegría" y es -no podía ser de otra manera- nada más y nada menos que el leit-motiv de un famosísimo Circo Mágico, ese donde los niños del mundo saben que todo -todo- puede suceder.

Alegría, como la serena luz de la vida, alegría.
Como payaso que grita, alegría.
Alegría, el estupendo grito de la tristeza loca.
Como la rabia de amar, alegría.
Como un asalto de felicidad…

Alexis Ponce
Vocero de la APDH del Ecuador

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