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El fracaso de Humala

Javier Campos Vidal

Rebelión

6 de enero de 2005

Un puñado de indígenas toman una comisaría al sur de Perú. Son gentes sin preparación, venidas de las capas más bajas de la sociedad, sin nada que dar.

Van liderados por un ex-militar que les exalta con proclamas sobre la raza, sobre su pasado. No tienen nada más que eso: el recuerdo de un pueblo que una vez dominó esas alturas, antes de que llegaran invasores de otras tierras, de otro color, a usurpar su patria. Humala afirma que todo lo que necesita Perú y Latinoamérica es invertir nuevamente la escala racial creada tras la colonización. Se equivoca.

Tiene razón en cuando dice que las clases más empobrecidas de ese continente son los pueblos originarios junto con los negros. Esa pirámide se gestó en el momento en que las primeras armas de fuego, y los primeros virus de la viruela, y las primeras imágenes de Cristo, desembarcaron en las Antillas. La dominación tras la conquista se fundamentó en criterios de raza: europeos dominantes y negros e indígenas dominados. Esa dominación se mantuvo tras la independencia, una independencia que fue llevada a cabo por las élites comerciantes, con determinadas excepciones de intentos de acercar el poder a las clases campesinas que fueron ahogadas por los mismos independentistas: Artigas en la Banda Oriental proponía un sistema de gobierno federal basado en asambleas de vecinos y en la reforma agraria que arrancaba las tierras de los terratenientes (entre ellas la de la familia de San Martín, que liberó Chile) para entregársela a los gauchos desposeídos. En México, la insurrección del padre Hidalgo tuvo su base en las comunidades indígenas, algo que apenas se vio en el resto del continente. Estos movimientos fueron combatidos por la propia burguesía independentista, que ahogo en sangre las luchas populares durante la independencia. Otro ejemplo: Simón Bolívar no declaró la liberación de los esclavos hasta que esta se convirtió en condición para que Haití accediera a apoyar con hombres y material de guerra a los insurrectos. A la élite criolla no se le había pasado por la cabeza esa idea.

Durante los dos siglos de independencia los principales movimientos populares han buscado la alianza con los sectores indígenas: desde los precursores socialistas de mediados del siglo XIX que afirmaban que la condición del indio había empeorado desde la independencia; los análisis de Mariategui sobre el problema indígena en el Perú; los movimientos guerrilleros del siglo XX; los procesos de Venezuela y Ecuador (éste último frustrado)... Todos han tratado de ir de la mano del movimiento indígena. Pero estos movimientos no han olvidado la raíz del problema: no es una cuestión puramente étnica. No se soluciona el problema simplemente con la vuelta a los ideales de sociedad precolombina.

Obviamente, en la construcción de un nuevo sistema más justo y humano para Latinoamérica, no se puede dejar de lado el legado cultural de los pueblos indígenas, sus formas comunitarias de producción y sociedad. Las formas de vida de muchos de los pueblos indígenas, basadas muchas de ellas en un sistema de gobierno mucho más horizontal e igualitario (principalmente los pueblos de Centroamérica), han dejado una honda imprenta en sus descendientes, muchos de los cuales mantienen a duras penas las mismas formas de organización social.

La cuestión indígena ha de verse desde las condiciones socioeconómicas que han llevado a que la mayoría de la población india se encuentre sumida en la pobreza, es decir, a las escalas sociales heredadas de la colonia española. A la división étnica del trabajo en Latinoamérica desde hace 500 años. Tras la conquista el índio quedaba atado al latifundio, desposeído de la tierra que se veía obligado a trabajar. La independencia no cambió esto, es más, lo acentuó con el reparto de las tierras de la antigua nobleza española entre los criollos terratenientes. Las leyes en defensa de los pueblos indígenas quedaban anuladas por la práctica de la élite rural a la vez que el liberalismo ilustrado trataba de desbaratar las comunidades indígenas tradicionales mediante la división de la propiedad de la tierra. El éxodo hacia las ciudades, que por supuesto no vino acompañado de un desarrollo industrial capaz de absolver la mano de obra entrante, pauperizó aun más la condición de estas gentes.

Ésta es la realidad de los pueblos indígenas. Éstas son las condiciones, sociales y económicas, que han llevado a que los pueblos indios sean los más perjudicados socialmente en el sistema actual en Latinoamérica. Sin un cambio radical de estas condiciones ninguna mejora será posible. Éste es el error de Humala: basar en la estirpe su intento de cambio, no en las condiciones.

[fuente]
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9651

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