El Miedo

Francisco Febres Cordero

Diario El Universo, edición digital

Guayaquil, 5 de febrero de 2004

 

¡Cállenlo!

Esa es la orden dictada desde la sinrazón.

Ante eso, el miedo empieza a ser algo aprehensible, palpable.

¿Y si me disparan?, dice el que habla, en la certidumbre de que la muerte lo acecha.

Entonces, para preservar su vida, calla.

Dice no haber visto lo que ha visto.

O dice no saber lo que sí sabe.

Tiene la certeza de que, desde algún sitio ignoto, alguien lo vigila. Y le apunta.

Quiere ver quién. Pero no puede.

Hasta que, sin más, se escucha en una calle cualquiera la detonación de un disparo.

No quedan más huellas que el charco de sangre sobre la acera.

La misión está cumplida.

¿Quién es el siguiente?

El siguiente está ahí. Y es alguien que tuvo la osadía de decir. Es alguien que cuestionó. Es alguien que se opuso. Es alguien que anduvo rastreando por terrenos pantanosos.

Es cualquiera cuyo silencio alivia a aquel que cree que, sin su presencia, sus oscuras actuaciones quedarán libres de sospecha, exentas de cuestionamiento.

Para ello, basta con que pronuncie la orden: ¡Cállenlo!

Se ha visto, se está viendo, que así se pretende imponer el silencio en una sociedad habituada a mirar, impávida, las mayores aberraciones que se superponen en los distintos estratos donde debería imperar la ley. Unas aberraciones que han convertido en venal a la justicia, atenta solo a cumplir las órdenes que dicta el capataz; un Congreso corruptor y corrompido; un Ejecutivo mendaz, hipócrita y angurriento de prebendas; unas Fuerzas Armadas inmersas en el juego de las componendas políticas y en los pactos de trastienda.

Entonces, en esta sociedad cimentada en corruptelas y engañifas, ¿qué sorprende que la voluntad imperante sea la que dicten los gatillos?

Entonces, ¿qué sorprende que si se irrespetan todos los derechos y se ignoran los principios, la vida de un ser humano haya dejado de tener valor?

¿Qué vale una vida si esta es un estorbo para los latrocinios, chantajes, mentiras y otras trapacerías de regular calibre?

¿Qué vale una vida frente al vendaval de la más voraz rapacidad que envuelve a todo un sistema? ¿Qué?

Quienes a la luz pública se robaron las leyes a fin de interpretarlas a su beneficio, quienes detentan el poder según su arbitrio y quienes pretenden esconder sus fechorías, han dejado, como secuela, el miedo. El miedo de caminar. El miedo de pensar. El miedo de decir.

Y el miedo de que alguien, desde un lugar ignoto, señale la próxima víctima, que es la que deberá ser silenciada a como dé lugar: por las leyes, por las armas.

O por el miedo.

 

Fuente: http://www.eluniverso.com

 

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