¡Ese no es el problema!

Miguel Ángel Cabodevilla (misionero capuchino)

Diario El Comercio, edición digital

Quito, 4 de julio de 2003

El río revuelto es la mejor ganancia de los tramposos. Estos días, algunos unen, en una mixtificación insoportable, tres supuestas peticiones de perdón dirigidas a los militares alzados, a sindicalistas acusados de actos quizá ilegales, y a un grupo de huaorani que ejecutó una acción de guerra a fines del pasado mes de mayo. A mi entender, nada que ver una con otra cosa. Pero como mi interés preferencial se centra en el último caso, a ello voy.

A estas alturas es de suponer que incluso para ellos mismos sea evidente la mala conducción informativa, política y jurídica que los dirigentes indígenas hicieron del desgraciado suceso. Se empecinaron en negar la verdad, cuando esta parecía transparente y lógica. Acompañaron a una inspección militar, policial y judicial, cuando se debió tratar desde el comienzo como lo que la acción es: un hecho cultural diferente, con una lógica interna discordante con la legislación usual ecuatoriana. Si en vez de indagar pistas criminales, se hubiera ido a buscar pruebas culturales, ahora no estaríamos en este absurdo debate. Pero tales errores no deben caer sobre la cabeza de los actores huaorani.

Ni estos se merecen unos fiscales y autoridades que, si hemos de hacer caso a los diarios, se siguen manifestando con palabras que podrían ponerse, sin notar mayor diferencia, en boca de encomenderos del siglo XVI. No parece oportuno reiterar alguna de las peores páginas de la imposición jurídica y social que han sufrido los indígenas.

¿Qué Estado es ese que alarga las manos que castigan allí donde no han llegado nunca las de su protección? Esas autoridades que no sabrían señalar los poblados huaorani en el mapa, ni hicieron nada por hacer de esos viejos guerreros ciudadanos ecuatorianos conscientes de sus derechos y obligaciones, ni castigaron el crimen de 1994, o se inmutaron por otros asesinatos recientes en la zona, por las continuas invasiones, violencias y desprecios a que se han visto sometidos desde entonces (y de todos esos polvos llegan estos lodos) los poblados huaorani implicados, ¿van ahora a perseguir de oficio a guerreros que, equivocados o no (yo creo que lo fueron), pelearon una batalla de las muchas que se dan en la selva profunda sin que nadie se inquiete por ellas? ¿No les parece una actitud de prepotencia e incultura? Pero eso no es todo, ni es lo peor, a mi juicio.

Porque un buen Estado, y desde luego cualquier dirigente indígena que se precie, debe adoptar el punto de vista del más débil, desprotegido y, en tal sentido al menos, inocente. ¿Quién está intentando con verdadero interés en acercarse, conocer y adoptar el punto de vista de los indígenas no contactados? Pues ese es el punto más delgado de la piola, el tesoro que se ha de preservar ante todo, el santuario a proteger. Poner el énfasis en el castigo improcedente, sin tomarse ante todo medidas eficaces para el conocimiento, salvaguarda y observación de los supervivientes, parece no solo un despropósito, sino incluso una invitación a nuevas violencias.

Tenemos ahí un avispero y no dejamos de botar piedras. Existen aún unas familias tan valiosas por su génesis como desconocidas, pero la atención no se dirige a su socorro, sino a dirimir prolijos pleitos de funcionarios arcaicos.

Fuente: http://www.elcomercio.com/noticias.asp?noid=66021

 
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