Los Epera tratan de sobrevivir en Esmeraldas





Washington Benalcázar

Diario El Comercio, edición digital

Quito, 6 de abril de 2003




'Dios tomó varios palitos del bosque y los puso en la playa. Y a medianoche les dijo: 'Levántense'. Quienes se levantaron fueron los primeros Epera.

Así nació nuestra nacionalidad", cuenta Carmen Chirimía, indígena de la comunidad Santa Rosa de Epera asentada al norte de Borbón, Esmeraldas.

La voz de esta mujer, de 20 años, cautiva a los chicos que escuchan atentos la leyenda heredada de los abuelos, mientras permanecen sentados frente a una fogata.

El fuego alumbra los matorrales de la selva, desde donde escapan los cánticos de las aves y animales nocturnos.

La luna tiñe de plata las viviendas, cubiertas por hojas secas de plátano, de esta comunidad que carece de luz eléctrica y tiene en el río Cayapas la única vía de comunicación.

Actualmente, la cultura epera se encuentra dispersa desde el norte de Ecuador hasta el sur de Panamá, en los bosques subtropicales del Chocó.

El dirigente Silvio Chiripúa asegura que la mayoría de su gente está en Colombia. Estima que existen 11 000 indígenas, habitando 22 comunidades en Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó.

En Ecuador, su situación es crítica. Apenas hay 250 miembros, según datos del Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (Codempe).

Es decir, es el pueblo más pequeño de los 27 que hay en el país, después de la zápara, que se encuentra asentado en Pastaza (114).

Hace dos años se temía que los epera ecuatorianos desaparecerían. La mayoría vivía dispersa y trabajaba como peones en las haciendas. Esto puso en riesgo a esta cultura.

Se comenzó a perder su lengua, denominada 'sia pedee' (idioma propio), y la vestimenta nativa: el 'p'aru' de las mujeres y el 'atee' que llevan los hombres.

Los epera de Ecuador son el resultado de emigraciones que arribaron a la cuenca del Cayapas desde 1964. Hoy se ubican en Borbón y La Concepción, en el cantón Eloy Alfaro, al norte de la provincia verde.

El esfuerzo más grande por rescatar la cultura se inició hace dos años. La gente se organizó y con apoyo internacional compró un terreno comunitario de 333 hectáreas.

Ese refugio natural es, precisamente, la comunidad de Santa Rosa hacia hasta donde emigraron quienes no tenían tierras propias.

Hoy conservan el bosque, donde alternan la agricultura con la caza y la pesca. Cultivan plátano, yuca, arroz, maíz, cacao...

Las mujeres se dedican al tejido de cestos con fibras de chocolatillo y ranpira. Chiripúa comenta que el rescate cultural es parte de un proyecto impulsado por el Sistema de Indicadores Sociales del Ecuador (Sise), el Codempe y el Frente Social.

La primera fase incluyó un censo de la población, del idioma y los territorios. El día 30 comenzará la segunda etapa del estudio, que incorporará el tema de identidad cultural.

Hasta diciembre, se identificarán los sitios tradicionales ancestrales, vestuario, alimentación...

Estos trabajos son financiados por el Banco Mundial y la Agencia Española de Cooperación.


La etnia busca crecer para no desaparecer

La máxima autoridad.- La base de la organización es la familia y la máxima autoridad es el gobernador (Óscar Chiripúa). El primer presidente del Consejo de Gobierno se nombró en 1990.

Justicia propia.- Los epera se rigen por un sistema de justicia comunitario. Una asamblea analiza los casos y determina los castigos, que se aplican desde los 12 años. Van desde trabajos comunitarios y castigos con látigo, hasta la expulsión. Si el delito es grave el caso pasa a la justicia regular.

Matrimonios a la antigua.- Las parejas que deciden unirse informan a los padres, quienes dan su aprobación. La mayoría se une desde los 14 años. Tener más hijos garantiza más tierras para trabajar.

Una sola escuela.- En Santa Rosa existe la única escuela bilingüe. Hay tres profesores para 48 niños. El resto de estudiantes epera asiste a escuelas hispanas.



Fuente: http://www.elcomercio.com/noticias.asp?noid=57177







 
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